¡Esto también pasará!

(Mensaje a los millenials, centenials y a los más mayores)

 

This too shall pass!

(Message to millennials, centennials and the elderly)

 

Recibido: 29 de noviembre 2019

Evaluado: 03 de febrero 2020

Aceptado: 06 de mayo 2020

                                                                                  

Marino Latorre Ariño

[email protected]

https://orcid.org/0000-0002-7076-4458

Universidad de Valencia (España)

 

Doi: https://doi.org/10.35756/educaumch.202015.133

Como citar

Latorre Ariño, M. (2020). ¡Esto también pasará!. Revista EDUCA UMCH, (15), 13-35.  https://doi.org/10.35756/educaumch.202015.133

Resumen

El artículo describe la aparición del COVID-19 de forma imprevisible en el planeta Tierra y las consecuencias que ha tenido para la humanidad, que no estaba preparada para una pandemia de esta magnitud. Relata la situación psicológica y material en la que vivían muchos niños y jóvenes –generación X, Y, Z—antes de la pandemia y de las consecuencias que han tenido que vivir en esta experiencia de confinamiento de las casas por la cuarentena impuesta y qué enseñanzas se pueden extraer de la situación vivida. Así mismo trata del origen y la forma de propagación del COVID-19, de los posibles intereses políticos y económicos que lo han podido dar origen, así como de las políticas sanitarias implementadas por los países y se pregunta si la ciencia es la solución. Concluye con una reflexión sobre si la amenaza puede revertirse en una oportunidad para que los humanos reflexionen y, después de vivir esta experiencia, aprendan a vivir de forma más humana y se pueda originar un nuevo orden mundial mejor para todos.

Palabras clave: amenaza, centennials, ciencia, darwinismo social, generación X, millenials, oportunidad, pandemia, tecnología, tiempos pos-normales.

Abstract

The article describes the appearance of COVID-19 in an unpredictable way on planet Earth and the consequences it has had for humanity, which was not prepared for a pandemic of this magnitude. It relates the psychological and material situation in which many children and young people --generation X, Y, Z -- lived before the pandemic and the consequences they have had to live in this experience of lockdown due to the quarantine imposed and what lessons can be drawn from the situation experienced. It also deals with the origin and form of spread of COVID-19, the possible political and economic interests that may have given rise to it, as well as the health policies implemented by different countries, and asks whether science is the solution. It concludes with a reflection on whether this threat can be reversed into an opportunity for humans to reflect and, after living this experience, learn to live in a more humane way and whether a new and better world order can be created for all.

Keywords: threat, centennials, science, social Darwinism, generation X, millennial, opportunity, pandemic, technology, post-normal times.

Résumé

L'article décrit l'apparition du COVID-19 de manière imprévisible sur la planète Terre et les conséquences qu'elle a eues pour l'humanité, qui n'était pas préparée à une pandémie de cette ampleur. Il relate la situation psychologique et matérielle dans laquelle de nombreux enfants et jeunes - génération X, Y, Z - vivaient avant la pandémie et les conséquences qu'ils ont vivre dans cette expérience de confinement des maisons en raison de la quarantaine imposée, et les enseignements qui peuvent être tirés de la situation qu'ils ont vécue. Il traite également de l'origine et de la forme de propagation du COVID-19, des éventuels intérêts politiques et économiques qui ont pu être à l'origine, ainsi que les politiques de santé mises en œuvre par les différents pays, et se demande, enfin, si la science est la solution. Il se termine par une réflexion sur la possibilité de transformer cette menace en une occasion pour les humains de réfléchir et, après avoir vécu cette expérience, d'apprendre à vivre de manière plus humaine et de mettre en place un nouvel ordre mondial meilleur pour tous.

Mots clés: menace, centennials, science, darwinisme social, génération X, millennials, opportunité, pandémie, technologie, temps post-normaux. Llevamos ocho semanas en cuarentena en el Perú por causa del CV19; en otros países llevan más tiempo. Momentos como estos permiten estudiar y analizar la realidad de la sociedad en que vivimos; en estas situaciones se analizan e identifican las amenazas, fortalezas, debilidades y oportunidades de los países y de la sociedad. La situación de cuarentena que vivimos es una buena ocasión para hacerlo. Siempre que surge una amenaza aparece una oportunidad; es ley de vida. Pero hay que estar preparados: “Espera lo mejor, planifica para lo peor y prepárate para la sorpresa”, dice el proverbio ruso.

Aquellos que esperan en su casa pensando que vamos a volver al punto de origen del COVID-19, se equivocan. Ha caído un meteorito sobre el planeta Tierra. Como a mediados del siglo XIV, los cuatro jinetes del Apocalipsis cabalgan de nuevo, trayendo la peste negra, el hambre, el desempleo y la muerte.

Solo quien se adapte a la nueva situación van a sobrevivir. Innovar quiere decir anticiparse al futuro y significa solucionar problemas con inteligencia. A partir de ahora quien no sepa anticiparse y quiera volver al estado de confort del uno de febrero del 2020, va a desaparecer (Martín, 2020). A la entrada del salón en el que se celebraba un Congreso de Paleontología habían pintado un diplodocus y al lado una inscripción: Desapareció porque no se adaptó. La consecuencia es clara: Adaptarse de forma inteligente, reflexionada e inmediata, o desaparecer. Estamos en tiempos pos-normales que se caracterizan por ser imprevisibles, incontrolables, e imposibles de gerenciar. Cuando todo esto pase, podremos decir como Winston Churchill, hablando a mediados de la guerra, en 1942. “Esto no es el final; no es ni siquiera el principio del final; puede ser, más bien, el final del principio”.

El escenario mundial ha cambiado. De ahora en adelante el mundo, no será igual. Esto marca un antes y un después. Después del COVID- 19 se produce un reset en el chip del mundo; comenzamos de cero y lo peor está por venir. Estamos en una coyuntura crítica: a. c. y d. c. (antes del coronavirus y después del coronavirus). Los gobernantes, sociólogos, economistas, la Banca y algunas multinacionales ya hablan de la “nueva normalidad” como la han denominado. Es un bonito eufemismo; pero no es más que eso, un eufemismo. No estamos en la nueva normalidad, sino que estamos en la pos- normalidad, antes descrita.

Ante la aparición del COVID-19 la respuesta es poner en marcha las tres Rs:

a)        Resistir; lo sanitario, lo económico, lo político y lo social, ante la pesadilla que se está viviendo y se avecina.

b)        Repensar y discernir; pensar el día siguiente. Salvar lo que sea salvable y asumir las consecuencias: nueva organización, reajustes, nuevas iniciativas.

c)   Reformar; la organización, la economía, los procesos productivos, la burocracia, el tipo de relaciones humanas, el modo de vivir, etc.

El mundo necesita soluciones inmediatas e inteligentes. “El gladiador busca la solución mientras está luchando en la arena”, escribió Séneca, (carta a Lucilio, XII,). Pero hemos de vivir en este mundo porque es el único mundo habitable. El escritor americano Scott Fitzgerald decía: "La señal de una inteligencia de primer orden es la capacidad de tener en la mente dos ideas opuestas, al mismo tiempo, y, a pesar de ello, no dejar de funcionar". Nosotros no tenemos dos ideas opuestas; tenemos muchas; pero hay que navegar.

Quiero hacer una reflexión sobre la situación que vive el mundo con ocasión de la aparición de la pandemia del COVID-19.

1.    Vivíamos en el mundo de la Utopía, de Tomás Moro

Tomas Moro escribió en el siglo XVI un libro titulado Utopía --el lugar que no existe ni existirá nunca-- en el que describe una sociedad perfecta con un gobierno ideal. Pues sí, al inicio del siglo XXI los humanos vivíamos en un mundo ideal, aun a costa de saquear el planeta Tierra por nuestro consumo desmedido; nos creíamos todopoderosos con la tecnología, los medios de comunicación real y virtual, los descubrimientos sobre el universo, los vuelos al espacio, tripulados o no, los satélites y estaciones espaciales, los milagros de la medicina, las bombas nucleares, los proyectiles de largo alcance, los portaaviones, los supermercados y grandes superficies comerciales y de recreo y diversión, los grandes espectáculos, etc.

Creíamos que el siglo XX dejó a la humanidad en la cumbre de la evolución de la especie humana: internet, redes inalámbricas, computadoras, celulares, sistemas de traducción automática, inteligencia artificial, toda clase de tecnologías de la comunicación, grandes edificios, puentes maravillosos, aviones supersónicos, trenes de alta velocidad, laboratorios de todo tipo, operaciones quirúrgicas imposibles pero exitosas, trasplantes y recambios de todo tipo de órganos, viajes a otros planetas, proyectos para hacer al hombre inmortal en breve tiempo, etc. Hasta nos atrevíamos – ¡oh, qué audaces!-- a jugar a ser dioses con la manipulación genética y el intento de crear vida. Yo me pregunto y les pregunto: ¿Esa es la evolución gloriosa de la especie humana, cuando todavía hay más de 3000 millones de seres humanos que malviven con menos de 5$ al día? La verdadera evolución no radica en la tecnología, sino en elevar el nivel de conciencia en la especie humana.

Pero llegó el COVID-19, que es un virus que ataca la vida de las personas, y ha puesto en vilo y en su sitio a todo el planeta Tierra. Cuando la vida de las personas es atacada por la guerra, las catástrofes naturales, epidemias o pandemias, etc., todo el mundo se conmociona: el sistema de salud y de seguridad de los países, la economía nacional y mundial, la estabilidad social, el empleo, pueden emerger conflictos sociales, etc. Es lo que está pasando en estos momentos en la humanidad entera; pero no estábamos preparados para la llegada de una pandemia de esta magnitud. Nos sentíamos fuertes y poderosos y nos hemos dado cuenta, de golpe, de que somos muy débiles corporal, mental y espiritualmente hablando. A finales del 2019 en el ranking de los 30 grandes problemas de la humanidad las pandemias se encontraban en el puesto 28; al final de la lista. Esto hace que las personas, la sociedad en general y los Estados no estuvieran preparados para lo que llegó a principios de marzo del 2020.

Una guerra se ve venir con tiempo, hay indicios, etc., pero el COVID-19 ha invadido la Tierra como Atila entró en el Imperio Romano, arrasando todo a su paso y sin que nadie pudiera detenerlo, igual que el oriental Gengis Kan, unos siglos más tarde. Donde ponía la pata el caballo de Atila no crecía la hierba, decían. ¿Quién iba a pensar, hace solo tres meses, que el mundo, a mediados de abril, se paralizaría?

Ese es el COVID-19, el Atila o el Gengis Kan del siglo XXI, que ha puesto a cientos de millones de ciudadanos del planeta Tierra en vilo o en cuarentena –impotentes-- y ha causado ya decenas de miles de muertes. Ni científicos, ni políticos, ni alcaldes, ni gobernadores, ni economistas, ni sociólogos, saben qué hacer, en estos momentos, ante la pandemia. Las grandes potencias, con todo su poderío, están inermes frente a un virus. Tanto invertir en armas sofisticadas y devastadoras y un microscópico virus pone el mundo del revés y todo, por no haber invertido lo suficiente en ciencia, en salud y en educación.

¿Recuerdan la catástrofe atómica de Chernóbil en abril de 1986? Los efectos del fatal accidente de una central nuclear, con una reacción nuclear descontrolada, son mínimos, para la humanidad, comparados con lo que está sucediendo con el COVID-19.

Las muertes masivas están ocurriendo --por ahora-- en los lugares donde, supuestamente, la humanidad está más avanzada en términos de desarrollo tecnológico, científico y económico: China y el Sureste asiático, Europa, Estado Unidos de América, etc. Tenemos serias razones para asustarnos ante la “posibilidad”, cada vez más real, de morir por el COVID-19.

El COVID-19 desconoce las clases sociales establecidas por los humanos; no hace acepción de personas. Ya sea el primer ministro del Reino Unido, alguna de las tantas “estrellas” de Hollywood o bien un heroico médico anónimo o un campesino perdido en algún país del tercer mundo, un “enemigo invisible” nos sometió a todos a una sensación de vulnerabilidad de manera indiscriminada. Somos todos iguales (al menos según se ha acostumbrado a repetir) en la medida en que todos estamos ante la permanente amenaza de ser contagia-dos, y, en el peor de los casos, de ser arrastrados a la situación más igualitaria de todas: la muerte (Velasco, 2020, p. 120).

Sí, se ha perdido el control y no sabemos cómo va a finalizar esto. Es posible que acabe como termina el fuego: cuando se acaba el combustible o el comburente. Cada país ha enfrentado la pandemia del COVID-19 a su manera; la mayoría han optado por el confinamiento y distancia social. Todos dan palos de ciego a ver si aciertan con las medidas que implementan para detener el virus. Otro país, como Suecia, ha tomado el camino opuesto. No ha detenido su sistema productivo y no ha obligado a su gente a permanecer encerrados en sus casas. Solo les ha pedido mantener el distanciamiento social y que no haya reuniones de más de 50 personas. Algunos dicen que se trata del “experimento sueco” y los tachan de irresponsables por crear unas condiciones que pueden llevar a muertes masivas en el futuro próximo. Un analista sueco, Fredrick Erixon, dice: “No es Suecia la que está practicando un experimento. Quienes practican un experimento son todos los demás países”. El tiempo dirá quién tiene la razón al plantear el experimento.

La realidad es que día tras día aumentan los muertos y no conocemos los decesos que todavía no se han querido revelar, --y no nos enteraremos nunca-- para no asustar a los ciudadanos. ¿Alguien puede creer que, en la ciudad de Wuhan, China, donde empezó la pandemia en diciembre del 2019, solo hayan muerto unos pocos miles de personas? ¿No será que el gobierno chino está ocultando la real magnitud de la catástrofe? Hay quien habla de 50.000 muertos en Wuhan y otros de varios cientos de miles.

2.    La realidad se impone

La situación que nos toca vivir permite analizar y reflexionar sobre la vida y el tiempo en que vivimos.

Los centenials (generación Z), nacieron en la primera decena del siglo XXI y llegaron al mundo con un smartphone o tablet debajo del brazo y con una sobreexposición a la información y a la era digital jamás vista. Son niños y adolescentes con una vida por delante, en mundo maravilloso e incierto.

Los millenials (generación Y), tienen ahora entre 25 y 30 años y han sido testigos del desarrollo de los países, sin precedentes, y de la consolidación de las nuevas tecnologías, que emplean como si fueran una extensión más de su cuerpo. Son jóvenes y están a mitad del camino entre lo antiguo y lo nuevo.

Generación X (nacidos en los 60-70). Nacieron con menos problemas económicos que sus padres y abuelos, aunque se encontraron con dificultades para acceder al mercado laboral debido a que estaba copado por la generación anterior. Pudieron tener educación de manera generalizada y con más calidad que antes, aunque muchos vieron cómo las titulaciones conseguidas no se reflejaban después en sus trabajos profesionales. En Perú tuvieron que sufrir el Golpe de Estado de Velasco, la inflación galopante del primer gobierno de Alan García y el terrorismo senderista; situación que duró más de 20 años. Por eso, siempre se les ha considerado una generación casi perdida, que intentaba encontrar su lugar en el mundo. La caída del muro de Berlín (1989), el gran crecimiento del consumismo y la aparición de nuevas tecnologías marcaron el perfil de esta generación.

Los millenials, centenials y la generación X, a pesar de sus dificultades, han vivido en la abundancia –unos más que otros-- y han tenido todo lo que han querido y cuando lo han querido, sobre todo en estos últimos 15-20 años. Tienen hambre, llaman a un service y les trae al momento la comida; si no ocurre esto, para eso está su mamá –servidora-- y contempladora del ser más hermoso, más inteligente y más bondadoso del mundo… que es su hijo. Si quiere desplazarse a un sitio, tiene infinitos medios, que son económicos si aprovecha las oportunidades; si quiere ver una película o comprar algo, para eso están Internet, Amazón, Néflix, HBO, Alibabá, etc. Con ello han podido satisfacer “el apetito, casi infinito, del hombre por las distracciones”.

Esta situación genera seguridad con su cuota de placer, felicidad, gratificación instantánea, pues tenemos todo al alcance de la mano y al instante. La mayor parte de los millenials y centenials no han vivido una guerra, un desastre natural importante, una hambruna, peste mortal o crisis económica, como sí la vivieron sus padres y sus abuelos. Son una generación afortunada como pocas en la historia; tienen todo lo que desean y en el momento que lo quieren.

Sí, esta generación ha tenido y tiene todo, pero le falta algo: la paciencia y la constancia. La procrastinación1 no es su fuerte y de ahí surgen las depresiones, el nerviosismo, la insatisfacción, el “no sé qué me pasa” …, la pérdida del control, etc. No han aprendido que primero viene el trabajo y luego llega el éxito, que se consigue con la perseverancia. Se olvidan de que “el único lugar donde el éxito viene antes que el trabajo es en el diccionario” (Kendall).

No saben que se puede vivir más sencillamente, sin estar bajo la dictadura del reloj. En el Sínodo para la Amazonía (2019), un participante, indígena de la Amazonía peruana, dijo a los asistentes, --que en su mayoría vivían en ciudades--: “Vosotros los europeos tenéis el reloj, pero nosotros (los indígenas) tenemos el tiempo”.

¿Qué produce estrés en los jóvenes? Situaciones muy simples:

·       La computadora no va a la velocidad que deseo.

·        No tengo suficientes links y seguidores en las redes sociales.

·        Se ha dañado el móvil o se ha bajado la batería.

·        Se ha caído el sistema y no hay Internet.

·        El autobús tarda más de lo habitual.

·        El avión se retrasa en su salida, etc.

·       He jalado-suspendido una asignatura.

·       No puedo hacer las rutinas habituales por una semana: salir a pasear con los amigos, practicar su deporte favorito, bailar, divertirse, etc.

Vean qué pequeñeces alteran el sistema emocional de nuestros millenials y centenials y la generación X. La razón es muy sencilla: es una generación mentalmente débil, con poco manejo de sus emociones. Su suerte –su fortaleza, que es un regalo de la vida--, el haber nacido en la abundancia, la rapidez y la facilidad para calmar todas sus necesidades (¿caprichos?) al instante, es lo que los ha hecho débiles. No están preparados para afrontar dificultades, aunque sean pequeñas, porque las dificultades son desafíos y oportunidades para crecer. Solo cuando está suficientemente oscuro se pueden ver las estrellas, y “un mar calmo nunca logrará hacer un marinero experto”, dice el proverbio. No han reflexionado sobre las palabras de Churchill: “El éxito consiste en ir de fracaso en fracaso sin desanimarse”.

Esta debilidad se manifiesta en que –con honrosas excepciones-- son seres impacientes, egoístas, desagradecidos –creen que tienen derecho a poseer lo que tienen--, algunos son

1 Es el proceso de saber programar el placer y el dolor en la vida, de tal forma que primero gestionemos el dolor para luego disfrutar del placer

vagos, inconscientes, que viven en las nubes, enganchados horas y horas a la tecnología, --en la que todo es virtual y por lo tanto posible, por muy loco que sea--; viven en el país de Jauja o en la ciudad imaginaria de Utopía, descrita por Tomás Moro. En mi opinión, estas situaciones se dan porque todo lo que tienen nuestros millenials y centenials no les ha costado nada. ¡He ahí el problema! ¿Cómo lo van a valorar lo que nada les ha costado? Es verdad que no hay nada malo en tener posesiones materiales; el problema está cuando los bienes materiales nos poseen a nosotros, decía Yogananda.

Es posible que esta actitud haya sido una constante de los jóvenes a través de la historia de la humanidad. Un texto chino del Nei Ching, que recoge las reflexiones del sabio Ch’i Po, dice, hablando de los jóvenes: “[…] antes se vivía según las reglas de la templanza en el comer y en el beber, los jóvenes iban a dormir a su hora y se levantaban temprano. No como ahora. Ahora la gente joven bebe y adopta maneras de vivir muy descuidadas […] Solo se preocupan de divertirse: se van a dormir tarde y se levantan a cualquier hora. Está claro que así solo podemos vivir la mitad de los cien años que vivían antes. ¡Estamos degenerando!” (colección de textos de la dinastía Chou, de 1030-221 a.C.) ¿Se puede describir mejor la situación actual en menos palabras?

El sabio Platón (s. V-IV a.C.) ya lo dijo también: “Nuestra juventud ama el lujo, tiene malos modales, menosprecia la autoridad y no tiene ningún respeto a los mayores. Los niños de nuestra época son tiranos; ya no se levantan cuando llega una autoridad y esclavizan a su maestro”.

Ya lo dijo Sófocles, en un texto clásico de Antígona: “Muchas son las cosas asombrosas, pero nada más asombroso que el hombre [...] Posee el habla y el pensamiento rápido como el viento y todas las restantes habilidades con las que se puede organizar una ciudad [...] Penetrante hasta más allá de lo que caprichosamente podríamos soñar; la habilidad es su punto fuerte, sea para el bien o para el mal. Cuando honra las leyes de su país y mantiene la justicia que ha jurado respetar ante los dioses, se yergue orgullosamente en la ciudad, pero no tiene ciudad, quien, atolondradamente, se enfanga en el delito”, textos tomados de Cardús, como se citó en Luri, (2010, p. 273).

En este mundo ideal en que vivíamos, el COVID-19 nos ha puesto en nuestro lugar con mucho realismo; nos ha hecho caer en la cuenta de que somos, al mismo tiempo, muy grandes y muy pequeños. Nos recuerda que somos frágiles. La muerte, el dolor, la enfermedad y el egoísmo están ahí, acechando la fama, el declive de las ganas de vivir, el vigor físico y mental de los humanos y también de la belleza.

¿Dónde están los gritos y aplausos en las canchas de futbol y en los coliseos? ¿Qué es ahora de las estrellas del deporte, del cine, de la TV y el glamur de las pasarelas de la moda? Ahí están todos, escondidos en sus lujosas casas, --pero al fin confinados en ellas-- como los demás mortales. ¿Puede existir teatro sin público que lo vea y aplauda? La creatividad busca otras alternativas –paliativas-- como la copresencia o teatro vía on line. Pero la educación y el teatro son como un stradivarius; por excelente que sea el violín, sin el talento de violinista y sin la atención del público, no es más que un objeto decorativo.

3.    La realidad nos enseña quién es quién

Las circunstancias no hacen al hombre, pero revelan quién es; por eso en situaciones como la que vivimos se muestra la calidad de las personas, de las instituciones y de los gobernantes. Donde hay desastres y dolor, aparece la solidaridad y la misericordia; son los dos polos de un imán, que siempre van juntos; surge el dolor y el desastre e inmediatamente la sociedad saca sus mejores reservas para ponerlas al servicio de los que sufren. También aparecen los caza-fortunas o los oportunistas comerciales o políticos, que aprovechan la desgracia ajena para enriquecerse a costa de ellos, para ganar las próximas elecciones o imponer en un país su proyecto político.

Cito solo un ejemplo. “Vamos a salir fortalecidos; esta crisis nos vino como anillo al dedo para afianzar el propósito de la transformación”. Esta expresión del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, en los momentos más críticos de la crisis del COVID-19 en México, es un ejemplo claro de que la pandemia, más allá del impacto en la salud y en la economía de casi todos los países del mundo, ha sido vista como una oportunidad extraordinaria para que muchos gobiernos, con un perfil vertical y autoritario, incrementen su poder hegemónico al amparo del caos, la confusión, la parálisis política y el miedo (como se citó en Velasco, 2020, p. 102). La Historia está llena de ejemplos.

Desgraciadamente con el COVID-19 están surgiendo monstruos. Multinacionales farmacéuticas y de todo tipo que ven en la crisis actual una oportunidad para enriquecerse más; políticos favoreciendo a grandes empresas de amigos, --solo a empresas de amigos, no a las de los enemigos políticos o sus familiares-- en vez de invertir en el sistema de salud para salvar vidas. Según el parecer de muchos especialistas, la crisis se debe menos al COVID-19 en sí, que a la precariedad e insuficiencia de los medios y recursos humanos y materiales sanitarios que tienen los países para hacerle frente, incluso los más ricos. Todo eso a pesar de los esfuerzos encomiables que realizan los profesionales de la salud de todo el mundo.

A otros gobernantes, esta “emergencia sanitaria” no les ha ablandado el corazón para pensar en su pueblo y en los excluidos y marginados. Quieren reducir la población del planeta Tierra acabando con los más vulnerables, practicando lo que se llama el darwinismo social. No lo dicen de forma explícita, pero con sus obras así lo demuestran.

Esto es lo que llaman “el nuevo orden social”. Todos los que actúan así “muestran” que las raíces de los males que aquejan nuestro mundo son el afán por el poder, el egoísmo, la búsqueda desenfrenada del lucro y de la acumulación de riqueza, la indiferencia ante el dolor ajeno y la soberbia. Raíces que están en las estructuras más profundas de nuestro mundo (“el sistema”), y en el corazón de los humanos. Pareciera que el virus más mortal para la humanidad es la misma humanidad o, de manera más clara, aquellos que nos gobiernan, movidos por sus intereses –económicos, políticos, ideológicos, etc.-- y no por el bien común. El COVID-19 nos lleva a mirar nuestro mundo, a hacernos preguntas, a analizar a fondo porqué estamos cómo estamos.

Hay quienes ponen en un plato de la balanza la vida de las personas --sobre todo de los adultos mayores-- y en el otro la economía del país. Para el vicegobernador de Texas, Dan Patrick, no hay dilema: “Hay que salvar la economía de país (EE.UU.) y levantar las restricciones impuestas para frenar la epidemia de COVID-19. Si no se levantan, "el remedio puede ser peor que la enfermedad". ¿Y qué pasa con los que morirán, especialmente los adultos mayores? "Los que tenemos 70 años o más nos cuidaremos nosotros mismos. Pero no sacrifiquemos al país", es la respuesta de Patrick. El presidente Donald Trump también considera que el colapso de la economía producido por las medidas para frenar el COVID-19, costará más vidas que la epidemia misma (BBC News Mundo, 26/03/2020). He ahí un buen dilema moral para poder discutir sobre la escala de valores de las personas y de los gobernantes de los Estados.

Para algunos, que patrocinan la disminución de la humanidad, el COVID-19 es una oportunidad para conseguirlo. Sobre todo, porque el virus ataca, de forma preferente, a los que tienen el sistema inmunológico precario. ¿Quiénes son? Los adultos mayores, los pobres, los que padecen otras enfermedades. Y ¿quiénes son los pobres en los países desarrollados? Los ancianos, los emigrantes y los de menores recursos económicos.

La intervención de Patrick, compartida en las redes sociales, provocó una oleada de críticas que llevaron a que el hashtag "No voy a morir por Wall Street" se convirtiera en tendencia. "Soy abuela. Mis nietos no quieren que muera para ayudar a que se recupere Wall Street", afirmó una escritora llamada Catherine, abiertamente opuesta a la propuesta de Patrick.

Las palabras de Patrick también tuvieron repercusiones en Nueva York el día 26 de marzo del 2020 con más de 30.000 contagiados. "Mi madre no es sacrificableTu madre no es sacrificable", dijo el gobernador de Nueva York, el demócrata Andrew Cuomo. "Nadie debería estar hablando de darwinismo social por el bien del mercado de valores".

"Lamento que solo tenga un abuelo que dar por mi país", titulaba, con ironía y sarcasmo, la columnista Alexandra Petri en el Washingtong Post. Petri urgía a la generación Y y Z a sacrificarse. "¡El mercado de valores les pide que se entreguen, sin necesidad ninguna y sin beneficio a largo plazo!", instaba irónicamente, haciéndose eco del famoso mensaje en EE.UU. para reclutar soldados en la Primera Guerra Mundial. "No hay muerte demasiado innecesaria; no hay ganancia demasiado pequeña".

Con ocasión de la pandemia del COVID-19 han salido a la luz las verdaderas intenciones de ciertas sociedades que se dicen avanzadas. No llego a entender qué significa sociedades avanzadas o desarrolladas, cuando tienen prácticas y políticas sociales que ni en los países más pobres de África subsahariana se permiten y aplican. Con ocasión de la pandemia del COVID-19, países como Bélgica y Países Bajos, con una actitud pro- eutanasia, se han negado a hospitalizar a las personas más vulnerables, como los adultos mayores. Las autoridades sanitarias de Bélgica –políticas de Estado-- piden que dejen morir a los ancianos más débiles y con coronavirus, fuera de los hospitales. El jefe de epidemiología del hospital de Leiden, refiriéndose a la política sanitaria de otros países, dice: “Ellos admiten a personas que nosotros no incluiríamos, porque son demasiado viejas” […] “No traigan ancianos y pacientes débiles al hospital…” (decía la jefa de Geriatría del hospital de Gante, en Bélgica). Esto tiene un nombre, se llama: darwinismos social Quien tenía que protegerte te conduce a la muerte. Se cumple el proverbio georgiano: “La oveja tuvo miedo a los lobos toda su vida; pero, al final, se la comió el pastor”.

Christine Lagarde, expresidenta del Fondo Monetario Internacional y presidenta actual del Banco Central Europeo (2019), ha dicho: “Los viejos viven demasiado”; Lagarde ha dicho una gran verdad; afortunadamente viven mucho más que hace 50 años para poder gozar de su jubilación. Esto conlleva que los adultos mayores consuman y no produzcan y que sean una carga para la economía de los países. Pero Lagarde y los que gobiernan hoy no quieren recordar que la actual situación de prosperidad de muchos países se labró con el duro trabajo y las privaciones de estos adultos mayores que ahora menosprecian. Ellos sufrieron sacrificios y privaciones para sacar el país adelante, después de una guerra con docenas y docenas de millones de muertos, y ahora les quieren privar de todo, hasta de la vida; quieren que entren a formar parte del “baile de los que sobran” en la sociedad o en el cementerio.

¡Cómo se atreven a decir y hacer esas cosas! Los jóvenes de hoy son los viejos del mañana y el mundo de hoy es el que nos dejaron los jóvenes de ayer. Pero esos viejos de hoy – ahora se les llama adultos mayores-- que murieron por las guerras, el hambre, la miseria y las pandemias, nos dejaron el legado de lo que somos y disfrutamos hoy, y debemos sentirnos orgullosos. Yo me siento orgulloso de mi pasado, de mis padres, abuelos y tíos, por sus noches a oscuras, por sus sufrimientos callados y sus lágrimas nunca vistas. Estoy orgulloso de mi presente, por gozar de lo aprendido, por curiosear en mi ignorancia y ser feliz con aquello que me legaron mis mayores y he conseguido con mi esfuerzo. Isaac Newton (1643-1727) escribió una carta a Robert Hooke –otro científico como él-- en la que hacía mención a los científicos que le habían precedido, como Copérnico, Galileo y Kepler. Newton escribió: “Si he visto más lejos es porque estoy subido sobre los hombros de gigantes”. Eso es lo que sucede a la sociedad del siglo XXI; somos lo que somos y tenemos lo que tenemos porque estamos subidos sobre hombros de gigantes; esos gigantes son nuestros antepasados.

Me asusto cuando veo mi muerte y la muerte de muchas personas y no me interesa si te matan o te mueres. La fantasía de la inmortalidad que hemos construido en siglos se derrumba en un par de días, por un virus. ¡Qué ironía! No es un Atila, tirano, el que mata; es un virus; un objeto sin vida, que eso quiere decir la palabra virus. ¿Pasará? Claro que pasará. Pero, entretanto la verdadera pregunta de hoy es: ¿Nos veremos mañana?

Habíamos leído aquello de Thomas Hobbes, (siglo XVII), “homo homini lupus” (el hombre es un lobo para el hombre), frase escrita al comentar el comportamiento de los seres humanos y su egoísmo, con ocasión de las penalidades soportadas durante la guerra civil inglesa entre 1642 y 1651, pero la expresión de la dama plateada –Lagarde-- es más explícita: “A quien no produce hay que eliminarlo del sistema”. Ciertamente el hombre seudo-civilizado es un lobo para el hombre.

Que el hombre sea un lobo para el hombre ya lo dijo Plauto (254-184 a. C.), comediógrafo latino, en Asinaria: Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit --lobo es el hombre para el hombre, y deja de ser hombre, cuando desconoce quién es el otro--. También lo han cantado poetas como Wenceslao Mohedas Ramos en este hermoso soneto:

A pesar del brillante escaparate con que el hombre reviste su bajeza,

se presienten detrás de su corteza los impulsos primarios del primate.

Aunque se infle de orgullo y se remate con un halo honorable de grandeza, una bestia será si, en su cabeza,

no relumbra una luz que lo rescate.

"Racional" se apellida si razona...

y "animal", así, a secas, es su nombre si no alcanza la talla de persona.

Matará por matar...Nadie se asombre si sus artes de muerte perfecciona, porque el hombre es un lobo para el hombre.

En estas circunstancias adversas hay quienes exponen su vida heroicamente por salvar la vida de los enfermos –profesionales de la salud, policías, ejército, voluntarios, personas que ofrecen su trabajo y su dinero para salvar vidas--. Mis respetos para ellos; están salvando la dignidad de la especie humana. Hay quien pregunta: ¿Dónde está Dios que permite todo esto? La respuesta no está en el “dónde está” sino “con quién”. Pues está, precisamente, al lado de los que se encuentran en primera línea de la batalla contra el COVID-19: el personal médico y sanitario, los voluntarios y el servicio público de los países. Ellos se exponen a contraer la enfermedad por cumplir con su deber de evitar que otros la contraigan o para curarlos. ¿Cuántos sacerdotes han muerto por llevar un poco de consuelo y de paz a los moribundos? Con ellos también está Dios.

Así como la pandemia ha permitido que aflore la solidaridad de muchas personas, también ha puesto en evidencia el racismo, la mezquindad, la xenofobia, el egoísmo, etc. De todos modos el COVID-19 causará una crisis económica, social y educativa sin precedentes. Habrá muchos perdedores, entre ellos dirigentes políticos que no supieron enfrentar la pandemia en sus países, pero sobre todo los emigrantes y los pobres.

Lo que se está haciendo en educación con programas de TV o radio, e incluso con clases virtuales, es un mecanismo compensatorio. Pero hay una cosa clara que pone en evidencia la pandemia: los que poseen medios digitales y conexión podrán beneficiarse de ellos y para los que no lo tienen será una ocasión para aumentar las desigualdades educativas y sociales en los países.

Qué gran verdad: las circunstancias no hacen al hombre, pero revelan quién es. Ya vemos:

¡de todo hay en este mundo de Dios!

4.    La ciencia ¿es la solución?

Formular esta pregunta en los siglos XVIII y XIX hubiera sido una ofensa al axioma del “progreso indefinido” de la humanidad, impulsado por la ciencia. Pero los ilustrados de esos siglos no sabían que quien pone todo su orgullo en su inteligencia es como un prisionero que se enorgullece de las dimensiones de su propia celda. En el siglo XX, después de las experiencias de las dos guerras mundiales y de las docenas y docenas de millones de muertes producidas por artefactos fabricados por los científicos (gases venenosos, bombas, aviones, bombas atómicas, misiles intercontinentales, campos de concentración, virus, hambrunas, pandemias, etc.) y por la degradación casi irreversible del planeta Tierra, la pregunta ya no tiene una respuesta tan sencilla. El verdadero progreso de la especie humana no radica en la tecnología, sino en elevar el nivel de conciencia y la ética en los humanos. El progreso no es solo ciencia; es ciencia y conciencia. La ciencia nos ha hecho sentir como “dioses”, pero ha puesto de manifiesto que hay “hombres que saben vivir entre hombres”.

Bienvenida la ciencia y la tecnología, siempre que esté al servicio de la mejora de la vida de los humanos. La naturaleza no se domina con tanques, sino con ciencia; con los científicos, esa gente callada, que trabaja en la sombra para ayudar a la sociedad. El problema no está en la ciencia, está en el uso que hacemos de la ciencia y al servicio de qué intereses está. Nadie duda que el avance científico es bueno, útil y necesario para la humanidad. Pero, ¿qué significa “bueno”, “útil”, “necesario”?; eso es el qué de la ciencia

–el conocimiento y la tecnología--, pero lo importante es preguntarse por el para qué de la ciencia –su finalidad--. Ortega y Gasset escribió: "La ciencia nos ha prometido la verdad, pero la verdad limitada, parcial. Nunca nos ha prometido ni la paz, ni la felicidad”.

Madame Roland, presa política del Régimen de Terror durante la Revolución Francesa, cuando subía al cadalso gritó esta célebre frase: “Oh, libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre”. Relacionado todo lo anterior con el valor ambivalente de la ciencia y parodiando a madame Roland, podríamos decir también nosotros: ¡Oh, ciencia, cuántos crímenes se han cometido y se cometen en tu nombre… y cuántas vidas se han salvado y cuánta felicidad has producido a los humanos…!

Charles Lieber es un bio-químico americano, y ha sido jefe del Departamento de Química y Biología Química de la Universidad de Harvard hasta 2017. Desde 2013 trabajaba nueve meses al año en el laboratorio de biotecnología de la Universidad Tecnológica de Wuhan (WUT), China. En enero de 2020 fue arrestado y es investigado en Boston, Massachusetts, junto con otros dos científicos de origen chino, por mentir sobre su implicación y sus negocios con un programa de investigación del Gobierno chino, mientras recibía fondos federales estadounidenses para sus estudios y por su participación en el programa chino Mil Talentos y su colaboración con el laboratorio de biotecnología de WUT, para la posible creación del COVID-19 que ha producido la pandemia que hoy se vive. Esto se interpreta como una posible conspiración del gobierno de Pekín para desestabilizar las principales economías del planeta y, prácticamente, es una declaración de guerra económica a EE.UU. para obtener China la supremacía económica mundial. El caso es extremadamente serio (ABC-Ciencia, 2020).

Hay que recordar que, a finales del 2019, se registraron tensiones en temas económicos entre EE.UU. y China, que se tradujeron en duras medidas de la Casa Blanca contra importaciones chinas; sin embargo, parece que esto quedó resuelto por un acuerdo entre ambas partes.

El informe judicial de Boston indica que Lieber se convirtió en un “científico estratégico” en la Universidad Tecnológica de Wuhan, en China, y es investigado por su posible participación en la creación artificial del COVID-19. Lieber fue contratado desde 2013 al 2017 por 50.000$ mensuales y más 158.000$ al año para otros gastos. Además, recibió 1,5 millones de dólares por trabajar, al menos 9 meses al año en Wuhan, organizar conferencias internacionales, formar maestros y estudiantes, publicar artículos en favor de WUT, etc. (Navaes, 2020). Hay muchas cosas sobre el COVID-19 por saber: cómo surgió, si es natural o producido artificialmente, cómo se trasmitió a los humanos, cuál es su ciclo de infección, qué intereses ideológicos, políticos o comerciales hay detrás del COVID-19.

Salvo opiniones marginales, todo apunta a que el equipo del Instituto de Virología de Wuhan (IVW), dirigido por una mujer, la Dra. Shi Zhengli, fabricó un virus con la

“ganancia de función” respecto de otros virus, haciéndolo mucho más infeccioso y más letal. En todo caso, la fuga puede haber sido un accidente, pero la “mejora de función” fue deliberada. Las prácticas de seguridad en los laboratorios de Wuhan eran tan laxas que incluso la OMS (¡…!) se negó a otorgarle la certificación. El laboratorio era una invitación a que sucediera un accidente como el que sucedió en diciembre del 2019 (Steven Mosher, 2020, p. 21, en Beltramo y Polo (2020). Para ocultar todas las pruebas han desaparecido, sin dejar rastros, los médicos y diversas personas que conocían el origen de la pandemia.

Algunos piensan que todas estas “casualidades” de colaboración científica son una teoría conspiratoria, pero es llamativo que unos meses antes de estallar la pandemia, Bill Gates impartió una conferencia en TED en la que avisó de los peligros de una posible pandemia que podría llegar a matar a unos 30 millones de personas en todo el mundo. Bill Gates se refiriera en una conferencia, --cuando no existían indicios del COVID-19--, a una posible pandemia como algo mucho más peligroso que una guerra nuclear. Ya se sabe que con la tecnología del 2020 se puede desencadenar una guerra sin disparar un misil y mover un soldado. Basta con esparcir, de forma estratégica, el virus adecuado en las ciudades principales de los países enemigos y sus aliados. Con eso, la guerra está ganada.

En otra conferencia Bill Gates señaló que se podría reducir el crecimiento de población mediante el uso de vacunas, el sistema de salud y la “salud reproductiva” (eufemismo para no decir eutanasia y aborto). Sí, así lo dijo. Tanto Bill como su esposa Melinda Gates son unos apasionados del control de natalidad, así como Felipe de Edimburgo, el marido de la reina Isabel II de Inglaterra, quien ha dicho textualmente: “Si pudiera reencarnarme, me gustaría volver como un virus mortal con el fin de contribuir a resolver la superpoblación”. Este señor aboga por reducir la población mundial a dos mil millones de personas, lo que supone eliminar a cinco mil millones. Como podemos comprobar, parte de la élite que gobierna el mundo es una entusiasta genocida (Villamor, 2020, p. 31, en Beltramo y Polo, 2020).

Pasado dos meses confinamiento, (mayo de 2020), con docenas de miles de muertos en todo el mundo, está saliendo más información sobre el COVID-19 y no está desechada la teoría de la conspiración de los que buscan “un nuevo orden mundial”; al contrario, va tomando fuerza. No es nada nuevo, ya lo había predicho textualmente Rockefeller en 1994. “Estamos al borde de una transformación global. Todo lo que necesitamos es la mayor crisis posible, y las naciones aceptarán el Nuevo Orden Mundial”, (Beltramo y Polo, 2020, p. 13).

Está confirmado que el COVID-19 no es un virus natural, sino producido en laboratorio la “ganancia de función” respecto de otros virus, haciéndolo mucho más infeccioso y letal. Es un arma biológica diseñada por personas e instituciones poderosas. ¿Quién lo ha podido hacer? No se sabe aún, pero se podrá deducir, con el tiempo, aplicando el principio jurídico romano, muy utilizado en criminalística: Cui prodest? --¿A quién beneficia?--, que decían los latinos.

5.    Frente a la amenaza la oportunidad

Lo que acabo de describir es una amenaza y una debilidad de la sociedad del planeta Tierra en el siglo XXI, pero, al mismo tiempo, es una oportunidad. En chino la palabra crisis se traduce como 危机 (WeiJi). Esta palabra está formada por dos caracteres. El primero es Wei, que significa peligro y el segundo es Ji, que significa punto crucial – oportunidad--. Es la oportunidad ante una situación de peligro. El flagelo del COVID-19 y la cuarentena pueden ser una oportunidad para tomar conciencia de lo que es la vida y del uso que hacemos de las cosas, de nuestras emociones, de nuestros valores personales y sociales y darnos cuenta de lo que puede hacer un virus, que no tiene vida.

La cuarentena no soluciona la pandemia, solo la contiene temporalmente y permite ganar tiempo para poder implementar medidas de protección y cura o buscar una vacuna. Lo importante no es guardar la cuarentena, --aunque es necesario hacerlo por un tiempo-- sino diseñar una estrategia para ganar la batalla a la pandemia.

Lo que está sucediendo es un desafío, pero también una gran oportunidad para la humanidad y para el Perú. No se puede seguir viviendo mucho tiempo una vida alocada de trabajo, trabajo…, diversión, diversión…, y un “vivir sin vivir”, como estábamos viviendo. Es una oportunidad para vivir y convivir más tiempo y más conscientemente con los seres que queremos, de ralentizar la vida, de trabajar para vivir y no vivir para trabajar. La cuarentena nos ofrece una oportunidad de parar y ralentizar la vida. En el vivir de cada día funcionamos en piloto automático: salida de casa a las 7 a.m., trabajo, alegrías-penas, éxitos-fracasos, regreso a casa con la carga de angustia o alegría, y, tomamos como sedante de nuestro estrés las redes sociales, Neflix, TV, etc. Todo eso produce más ansiedad, estrés, cansancio y malhumor, etc., cuando lo que se busca en la vida es la felicidad. Pero la felicidad es como una mariposa, si la perseguimos, siempre está más allá de nuestro alcance; sin embargo, si nos sentamos en silencio, podrá posarse sobre nosotros. Qué razón tenía Blas Pascal cuando decía: “Toda la miseria del hombre es consecuencia de no poder sentarse en silencio en un cuarto, a solas”. En definitiva, lo que vamos a dejar a nuestros hijos y nietos es: amor-afecto y raíces –sentido de pertenencia—

Ahora que hemos estado semanas confinados por la cuarentena nos hemos dado cuenta que vivíamos un presente acelerado bajo el “hechizo de la revolución industrial”. Esto ha degradado el ecosistema, la biodiversidad y ha provocado el calentamiento global. Los humanos han seguido tercos por una senda del llamado “progreso indefinido”, con la depredación del planeta Tierra y llegó el COVID-19 y nos puso a todos en su sitio; es verdad que en este viaje-cuarentena unos van en clase business y otros en clase turista. Pero a todos nos llama a todos los humanos --no solo de unos cuantos privilegiados-- a volver a una vida vivida con dignidad.

La situación de cuarentena es una oportunidad para trabajar el interior de nosotros mismos:

-    Ejercitar nuestra paciencia y solidaridad.

-    Encontrar nuestra identidad (¿Quién soy yo?).

-    Encontrar el propósito de nuestra vida (¿Qué puedo hacer en la vida y qué puedo esperar de la vida?).

-    ¿Qué sentido tiene la vida y lo que hago? Encuentre algo que le fascine hacer – decía un autor-- y nunca tendrá que trabajar un día más en su vida. La razón es sencilla: ese trabajo se convierte en una gozosa necesidad, no en una penosa obligación.

-    ¿Qué pasiones o emociones mueven mi vida?

Es tiempo para caer en la cuenta de que hay que cambiar de prioridades; repasemos los armarios de ropa, zapatos y otros enseres personales y veremos lo mucho que hemos acumulado y lo poco que nos sirve. Si lo hacemos sentiremos tristeza y quizá vergüenza. En este tiempo de cuarentena pensemos en lo que es importante en nuestra vida; tenemos personas que nos quieren, tenemos un trabajo, tenemos salud, etc. La conclusión puede ser: “Yo quiero lo indispensable para vivir y ser feliz”. La mejor bendición-deseo que he oído en mi vida la escuché en África. Un padre decía a su hijo que partía lejos del país por mucho tiempo: “Que Dios te conceda lo suficiente”.

Este tiempo es una oportunidad para ejercer la solidaridad, cada uno desde donde esté y de la manera que pueda. Sabemos que el ser humano nace egocéntrico, y a medida que se educa se socializa. Cuando se permanece toda la vida centrado en uno mismo, se sigue siendo niño inmaduro y se pierden las oportunidades más bellas que ofrece la vida para ser feliz.

La vida y la naturaleza nos enseñan lo importante que es dar y recibir; cuando uno da, siempre recibe. Es “el efecto eco o efecto búmeran”. Las lagunas, los ríos y los mares dan agua a las nubes y estas la devuelven en forma de lluvia. Das cuidado a la madre Tierra y ella te lo devuelve con creces en frutos y belleza. El servicio a los demás desarrolla nuestras potencialidades psicológicas, emocionales y espirituales, ayudándonos a salir de nuestro egoísmo y conseguir la madurez.

La revista Le Monde Diplomatique publicó a final del siglo XX estos datos:

ü   Las tres personas más ricas del mundo poseen una fortuna superior al PBI de los 48 países más pobres.

ü  3 mil millones de seres humanos viven con menos de 5 dólares al día.

ü  Con solo el 4% de las 225 grandes fortunas del mundo se lograría resolver

los problemas de la alimentación, agua potable, educación y salud del planeta Tierra.

En el siglo XXI hay miles de millones de personas pobres, con hambre y enfermedades perfectamente curables con las medicinas habituales disponibles, pero no tienen dinero ni para comprar una pastilla en la farmacia.

No respetar la vida ya nacida o por nacer, nos está pasando una factura que hay que saldar entre todos. Los seres humanos ya no sentíamos el miedo y nos habíamos vuelto ridículamente omnipotentes, necios, arrogantes, teniendo el sentimiento de que todo lo solucionaríamos con un clik de nuestro smartphone. El mundo nos parecía inmenso, como una inacabable fuente de recursos, y ahora, de golpe, se ha reducido a las paredes de nuestras casas, a la quietud, al miedo a lo inesperado y a los recuerdos. Ahora nos damos cuenta de que solo queremos y deseamos algo muy sencillo: poder salir de casa, emprender nuestras rutinas diarias y mirarnos otra vez a la cara sin esas odiosas mascarillas, sin la vergüenza de sabernos culpables de lo que nos pasa; de algún modo esto es la repuesta a la indiferencia ante un mundo de necesidades de muchos millones de personas, que, al final, eran tan sencillas de resolver.

H. G. Wells (1898) escribió en el epílogo de “La guerra de los mundos”, una guerra de solo tres semanas: “[…] estos acontecimientos han de cambiar nuestros puntos de vista con respecto al porvenir de los humanos. Ahora sabemos que no podemos considerar a este planeta como completamente seguro para el hombre; jamás podremos prever el mal o el bien invisibles que pueden llegarnos”.

La solución y cura de la pandemia está en la raíz de la misma palabra griega, (pan significa todo-todos y demos, significa pueblo). El mundo no puede ser el mismo antes y después del COVID-19. “Toda adversidad es ocasión de virtud”, decía Séneca. Es ocasión para tomar conciencia planetaria de lo que es esencial en la vida. No podemos aspirar a “volver a la nueva normalidad” pues fue “la normalidad de vivir montados en la abundancia” la que nos llevó a esta crisis.

Toda la humanidad, con su conocimiento científico y su solidaridad, debe hacer de esta crisis la oportunidad para construir una nueva manera de vivir los humanos. “No es el momento del juicio de Dios, sino de nuestro propio juicio” ha dicho el Papa Francisco. “Dios es demasiado bueno para ser cruel y demasiado sabio para equivocarse. Cuando no podemos ver su mano, debemos confiar en su corazón” ha dicho Charles Haddon Spurgeon.

La crisis del coronavirus ha sido un mazazo a nuestra pretensión de construir un paraíso en la tierra, sin Dios. Una tentación permanente en la historia. Por eso, dice Lewis, "el dolor es el megáfono que Dios utiliza para despertar a un mundo sordo". ¿Un megáfono para qué? Para anunciarnos la esperanza de que la muerte no es el final de la vida, que, para los creyentes, nos espera un mundo sin muerte, ni lamento, ni dolor, una corona de justicia para los que aman.

“La verdadera evolución del hombre se da cuando desarrolla actividades por encima de sí mismo, cuando hace un servicio desinteresado, deja de pensar en su beneficio y se preocupa por los demás” (Zukav, 1990). El servicio desinteresado es una fuente de salud para el cuerpo y el alma pero, sobre todo, es una fuente inagotable de paz y felicidad. Toda la felicidad que existe en el mundo ha nacido enteramente del deseo por el bien de los demás. Toda la infelicidad ha nacido del egoísmo (precepto budista). Es el mandato evangélico: “Amaos unos a otros como yo os he amado”. Hay que experimentarlo para creerlo.

El confinamiento de semanas enteras puede ayudar a reflexionar sobre nuestro modo de vivir. Ayuda valorar las cosas sencillas y lo que es esencial para vivir, para valorar la libertad, la salud, el contacto personal cara a cara con los que amamos, tomar una café o un té con los amigos. ¿Qué podemos esperar? Ante las crisis no hay que perder la esperanza. “Esperanza no es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, independiente-mente de cómo resulte” decía Václav Havel. La esperanza es un sueño despierto (Aristóteles). Esto, tarde o temprano, también pasará. Es ocasión para darnos cuenta de que: “En el corazón de todo invierno vive una primavera palpitante y detrás vive una aurora sonriente” (Khalil Gibran).

1)  nuestra humanidad es frágil, con todo y sus grandes logros, y que nos atrevamos a dar el paso hacia la solidaridad con aquellos que han sido víctimas del COVID-19 y también de tantos otros males en el mundo: el hambre, la injusticia, la corrupción, la opresión política, la falta de servicios básicos y de oportunidades, la indiferencia, la xenofobia, el racismo, la discriminación de género;

2)   saquemos lo mejor de nosotros, no para sobrevivir solos y con nuestro “clan”,–esto lo hacen incluso los animales– sino para aprender a ser humanos, a convivir con el extraño, pero tan humano y digno como nosotros, a preocuparnos por él y a cuidarlo.

En estos momentos lo que se nos exige es estar a la altura de las circunstancias que nos tocan vivir, tanto como personas individuales como la sociedad y el Estado.

Ahora que estamos en cuarentena, confinados en pequeños espacios, es momento para reflexionar sobre nuestra libertad. Que comprendamos que la libertad no es un regalo de los gobernantes y del Estado, sino la posibilidad intrínseca que tenemos para ser y llegar a ser humanos en cada momento de nuestras vidas. Camus decía que “la libertad no es más que la oportunidad que tiene el hombre de ser mejor”. Una gran amenaza que yo veo, incluso superada la crisis del COVID-19, es que la gente no aprenda la lección que nos está dando la naturaleza y que no se haga preguntas sobre qué significa vivir como seres humanos, aprender a vivir con los otros, con la naturaleza, con el planeta y también para qué sirve su libertad.

Einstein decía que no podemos pretender que las cosas cambien si seguimos haciendo lo mismo. La crisis es la mejor bendición que puede suceder a las personas y a los países, porque las crisis traen progreso. Quien atribuye a la crisis sus penurias y fracasos, violenta sus propios talentos y respeta más los problemas que sus soluciones. La verdadera crisis es la crisis de la incompetencia. El inconveniente de las personas y de los países es la pereza para encontrar para encontrar salidas y soluciones.

La creatividad nace de la angustia, como ella nace de la noche oscura. En la crisis nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes invenciones. Quien supera la crisis, se supera a sí mismo, sin quedar superado. Sin crisis no hay desafíos, sin desafíos la vida es una rutina y una lenta agonía; sin crisis no hay méritos. En la crisis es donde mejora lo mejor de uno mismo, porque sin crisis todo viento es caricia. Hablar de crisis es promoverla y callar en la crisis es exaltar el conformismo. En vez de esto trabajemos duro. Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora, que es la tragedia de no querer por superarla.

Wooldy Edson Louidor, en su artículo: “Ante las crisis, la esperanza debe ser lo último que muere”, (en la Revista SIC), dice: “Se han caído las pequeñas burbujas y nos hemos encontrado con otro mundo que no era el que esperábamos. Ahora nos damos cuenta de que la mayoría del mundo sigue siendo pobre, carente de bienes básicos, sin oportunidad de tener posibilidades para una vida digna. Es la hora de recuperar la dolencia humana, la compasión que brota de una auténtica fraternidad que no se basa en la simpatía o empatía con unos o algunos, sino que, apuesta por la humanización de todos por igual, incluso desgastando la propia vida en ello”.

La cuarentena del COVID-19 no ha llevado a crear la ciudad del futuro. Ha aparecido el mundo virtual en todo su esplendor, con sus servicios, el teletrabajo, las compras virtuales, las videoconferencias, etc. ¿Mejorará la calidad de vida? El aislamiento social ha logrado reducir la contaminación ambiental. Sin carros, aviones e industrias detenidas, ha hecho que disminuya la contaminación en casi un 50%; los animales salvajes han invadido los espacios que siempre les pertenecieron; cuando la naturaleza ha sido dejada libre, se regenera en ausencia del hombre que se cree el rey de la creación.

¿Qué sucederá cuando esto termine? Ahora consumimos lo estrictamente necesario dejando de consumir lo que es superfluo. El aislamiento social nos obliga no solo a valorar las antiguas rutinas sino también a generar otras nuevas. La rutina es lo opuesto a la novedad. Hay quien no percibe esta realidad pues asocia la novedad con estar en la calle, por el mundo y no dentro el hogar y de uno mismo.

Seguramente, las preguntas sobre nuestra propia existencia humana y sobre la mejor manera de relacionarnos con nuestro prójimo desde la gratuidad, la solidaridad y la hermandad, nos llevarán más allá de nosotros mismos e incluso nos pueden conducir a Dios, pues en lo más hondo de nosotros y en lo más profundamente humano está lo divino.

El 3 de abril, el Papa Francisco, caminando solo en la plaza de San Pedro totalmente vacía, bajo la lluvia, antes de pronunciar la bendición Urbi et orbi, dijo estas palabras: “Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo”.

Cuando sus nietos les formulen esta pregunta:

-Abuelito/a, ¿cómo viviste la cuarentena del COVID-19? ¿Qué les responderán?

Esto también pasará. Después de las crisis económicas y sociales siempre aparece la prosperidad, después de la tormenta sale el sol y el arco iris y después del caos viene el orden, la bonanza y las oportunidades. “En el corazón del invierno vive una primavera palpitante y detrás de cada noche vive una aurora sonriente” (Khalil Gibrán). “Aquello que para la oruga es el fin del mundo, para el resto del mundo se llama mariposa” (Lao- Shé).

A pesar de vivir en la incertidumbre, inseguridad, miedo, dolor, es tiempo y oportunidad para valorar lo que teníamos hasta que nos parezca que lo ordinario de antes, es ahora extraordinario. Valorar las pequeñas cosas que hacíamos cada día: encontrarse con los compañeros de trabajo cada mañana, salir al parque y sentarnos en un banco, vivir en la seguridad y no en la incertidumbre, ver correr a los niños, pasear, leer, mirar el mar, bailar, tomar un café con los amigos, poder abrazar a las personas que amamos. Hay que recuperar la ilusión y la esperanza que son el motor de nuestra vida, para que sean más fuertes que el miedo. Aristóteles dijo que “la esperanza es el sueño del hombre despierto”. No lo olvidemos: ¡Esto también pasará!

Nuestros abuelos fueron a la guerra para defender a la patria; nuestros padres lucharon contra las crisis económicas del siglo XX, --la pobreza, el desempleo, el terrorismo, etc.--, contra el terrorismo y la dictadura y a nosotros solo se nos pide (hoy) quedarnos en casa, con todas las comodidades y sin que nos falte nada (era de las comunicaciones). A nosotros se nos pide que vivamos a la altura de las circunstancias que nos tocan vivir.

Termino con unas palabras de Barack Obama adaptadas a la situación presente: “Jóvenes, no soñéis solo con tiempos mejores a los que vivimos; el cambio no llegará si esperamos a otra persona u otro momento. Nosotros somos los esperados; nosotros somos el cambio que buscamos”… “Tú debes ser el cambio que quieres ver en el mundo” (Gandhi). “La solución somos todos”, dice el proverbio africano. Ahí está el desafío, porque esto también pasará.

Referencias

ABC-Ciencia (2020). Detenido un científico de Harvard acusado de trabajar en secreto para China. 29/01/2020. Recuperado de https://www.abc.es/ciencia/abci-detenidocientificoharvardacusadotrabajarsecretoparachina202001291147_noticia.html?ref=https%3A%2F%2Fpe.search.yahoo.com%2F

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Zukav, G. (1990). The Seat of the soul. New York, USA: Fireside Books.