Miedos, violencias y condición estudiantil en contextos de

marginalidad urbana

 

Fears, violence and student condition in contexts of

urban marginality

 


 

 

Recibido: 25 de junio 2020

Evaluado: 05 de agosto 2020

Aceptado: 01 de noviembre 2020

                                                                                  

Darío Hernán Arévalos

dar.arevalos@gmail.com

https://orcid.org/0000-0002-2154-3763

Universidad de Buenos Aires (UBA)

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)

 

DOI: https://doi.org/10.35756/educaumch.202016.164



Como citar.

Hernán Arévalos, D. (2020). Miedos, violencias y condición estudiantil en contextos de marginalidad urbana. Revista EDUCA UMCH, (16), 145-166 https://doi.org/10.35756/educaumch.202016.164

 

 

Resumen
El presente artículo se propone analizar desde una perspectiva socioeducativa las relaciones entre las experiencias emocionales y la condición estudiantil de jóvenes de sectores populares. Los testimonios recogidos a estudiantes de dos escuelas secundarias enclavadas en zonas urbanas periféricas permiten examinar el modo en que las condiciones de vulnerabilidad signada por la degradación del tejido social, la desconfianza y la incertidumbre estructuran la vida afectiva. Los miedos existenciales se ponen de manifiesto debido a la arbitrariedad del aparato policial y a las situaciones de peligro que supone transitar por el barrio donde viven. Se concluye que la escuela ocupa un lugar central como espacio de pacificación de los vínculos valorado y reconocido por los entrevistados.

Palabras Clave: jóvenes estudiantes - Sectores populares - Marginalidad urbana – Miedos Violencias

Summary

The present article sets out to analyze from a socio-educational perspective the relationships between the emotional experiences and the student condition of young people from popular sectors. The testimonies collected from students from two secondary schools located in peripheral urban areas allow us to examine how the conditions of vulnerability marked by the degradation of the social fabric, mistrust and uncertainty structure affective life. The existential fears are revealed due to the arbitrariness of the police apparatus and the dangerous situations involved in traveling through the neighborhood where they live. It is concluded that the school occupies a central place as a space of pacification of the bonds valued and recognized by the interviewees.

Keywords: Young students - Popular sectors - Urban marginality - Fears - Violence

Introducción

La juventud acarrea una historia de generaciones que han estado expuestas a procesos de exclusión, tanto material como simbólica. En efecto, la vida afectiva de este grupo social precisa ser entendida teniendo en cuenta las distintas formas de violencias que los atraviesan.

La violencia es un fenómeno multidimensional que requiere ser contextualizada en la trama de sociedades profundamente desiguales y polarizadas. En tanto cualidad relacional se encuentra asociada a determinadas condiciones de producción materiales, simbólicas e institucionales (Kaplan, 2009). De acuerdo con Tenti Fanfani (1999) los contextos de fragmentación y exclusión social dan lugar a la conformación de habitus psíquicos y comportamientos violentos que dificultan los mecanismos de integración social. Se trata del advenimiento de lo que Auyero y Berti (2013) denominan cadenas de violencia, principalmente presentes en espacios urbanos marginados donde la acción estatal es intermitente y contradictoria.

La desintegración del lazo social, el aumento de la incertidumbre y la desconfianza en ciertas configuraciones socio-espaciales pone de manifiesto una despacificación de la vida cotidiana que se encuentra en la base de la constitución subjetiva de los individuos (Wacquant, 2010). Una serie de investigaciones realizadas en barrios periféricos de la Provincia de Buenos Aires, Argentina (Kaplan, 2011, 2013; Kessler, 2012; Auyero y Berti, 2013; Gayol y Kessler, 2018) dan cuenta la cercanía de las y los jóvenes con la muerte. Lo cual nos lleva a advertir que en espacios sociales de violencias que se concatenan conectando el ámbito público y el mundo doméstico, la posibilidad de morir en la experiencia cotidiana dificultan la construcción de un porvenir.

A partir de lo expuesto es posible afirmar que en contextos de marginalidad urbana el tránsito por la escuela representa una experiencia de intensa carga emocional (Kaplan, 2016), en la medida que la condición estudiantil no puede deslindarse de las diversas situaciones de violencia que estructuran las vidas juveniles. La pregunta por el lugar simbólico que ocupa la institución escolar para las juventudes nos convoca a poner de relieve a la emotividad como una dimensión central de sus experiencias educativas. La condición estudiantil de este grupo social, en efecto, precisa ser entendida a partir de las tensiones entre las posiciones estructurales y las disposiciones subjetivas que atraviesan a las trayectorias sociales.

Este artículo recupera los principales resultados de una investigación socioeducativa1 cuyo propósito es comprender las emotividades sobre la muerte que experimentan jóvenes estudiantes de sectores populares. Se presenta una dimensión de análisis vinculada al miedo a morir joven que tiene lugar a partir de la violencia del aparato policial que establece un estado de sospecha hacia todos aquellos que circulan por el barrio a un determinado horario, con una indumentaria particular o por reunir ciertas características físicas. El miedo a una muerte temprana, a su vez, remite a situaciones de peligro que conlleva transitar por el barrio de residencia debido a los asaltos repentinos, al ataque de pandillas o patotas y a los secuestros. Las condiciones afectivas que los entrevistados manifiestan en sus experiencias sociales irrumpen en las instituciones educativas alterando la convivencia hecho por el cual se demanda a las mismas una serie de intervenciones orientadas a la pacificación de los vínculos que se tejen en su interior.

Método

En el análisis de la educación escolar es preciso dar cuenta de la dialéctica entre los condicionamientos objetivos y los sentidos que construyen los actores en su interacción. En oposición a una mirada sustancialista, se considera necesario proponer una matriz relacional que permita dar cuenta de la constitución de los individuos en configuraciones sociales particulares (Elias, 1990; Bourdieu, 1988; Kaplan, 2008). Así, es posible referirse a los procesos de socialización y subjetivación en sus interacciones constitutivas, en la singularidad de las instituciones escolares (Southwell, 2012).

Dado los objetivos y la naturaleza del problema de investigación se ha escogido un diseño de investigación de tipo interpretativo-cualitativo (Valles, 1997; Vasilachis de Gialdino, 2007) de carácter exploratorio. Dicho diseño permite un proceso de familiarización con el objeto de estudio, la construcción sucesiva de categorías y el enriquecimiento de la comprensión del problema de investigación. La estrategia metodológica propuesta concuerda con el interés de nuestro trabajo: contribuir al conocimiento interpretativo y elaborar hipótesis sustantivas que permitan una aproximación acerca de las experiencias emocionales sobre la muerte desde la propia perspectiva de las y los jóvenes estudiantes.

El trabajo de campo se llevó a cabo en dos escuelas de gestión estatal ubicadas en zonas urbanas periféricas de la Ciudad de La Plata, Provincia de Buenos Aires, Argentina. La recolección de los datos se realizó a partir de entrevistas en profundidad con el propósito de favorecer la producción de un discurso conversacional que nos permita conocer las




1La investigación doctoral lleva como título “Emotividades sobre la muerte en el ámbito escolar. Un estudio socioeducativo sobre los sentidos que construyen jóvenes estudiantes de zonas urbanas periféricas”. La misma se enmarca en los Proyectos:

UBACyT N° 20020170100464BA: “Violencias, estigmatización y condición estudiantil. Una sociología de la educación sobre las emociones y los cuerpos”. Período 2018-2020. Con sede en el Programa de Investigación “Transformaciones sociales, subjetividad y procesos educativos”, bajo la dirección de Carina V. Kaplan, del Instituto de Investigaciones en Ciencias de la Educación, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.

PIP CONICET N° 11220130100289CO: “La construcción social de las emociones y la producción de las violencias en la vida escolar. Un estudio sobre las experiencias de estudiantes de educación secundaria de zonas urbanas periféricas”. Con sede en el Programa de Investigación “Transformaciones sociales, subjetividad y procesos educativos”, bajo la dirección de Carina V. Kaplan, del Instituto de Investigaciones en Ciencias de la Educación, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires ideas y concepciones de los/as entrevistados/as (Arfuch, 1995; Piovani, 2007). Para ello, se estableció un muestreo intencional (Padua, 2000) no representativo de 40 estudiantes que asisten a los últimos años del nivel secundario2. Mediante una guía semiestructurada se relevaron aspectos vinculados a los miedos y la construcción de perspectivas de futuro en la socio-dinámica de la experiencia escolar.

Resultados

Las narrativas estudiantiles nos permiten afirmar la existencia de dos maneras de transitar sus miedos existenciales. Desde una dimensión institucional los entrevistados temen a ser agredidos y a ser detenidos por la policía sin justificación. Desde una dimensión espacial, las y los jóvenes manifiestan sentir miedo a circular solos por su barrio de residencia debido a los asaltos, a las peleas entre distintos grupos y a los secuestros.

El miedo a la violencia institucional

Los procesos de exclusión social en las últimas décadas han dejado marcas profundas en la experiencia vital de las y los jóvenes de sectores populares cuyas trayectorias sociales están signadas por los procesos de estigmatización y la violencia institucional (Arevalos, 2019).

De acuerdo con Elias (1987) el monopolio estatal de la violencia se encuentra representado por el ejército y la policía. Si bien estas instituciones cumplen una función necesaria en la pacificación interna de las sociedades, su poder puede ser utilizado en beneficio de sectores sociales reducidos. La legitimidad que asumen estas fuerzas de seguridad de producir violencia y muerte se justifica cuando se ejerce contra todos aquellos considerados “peligrosos” para la vida de la sociedad. El racismo de Estado, en efecto, es un mecanismo fundamental del poder moderno que supone establecer una distinción entre quien merece vivir y “lo que debe morir” (Foucault, 2000, p.230).

El miedo a la violencia institucional –representados fundamentalmente por la policía- que se recuperan de los testimonios recabados, refieren a una intervención sistemática del aparato represivo del Estado que busca disciplinar a los habitantes de los barrios periféricos mediante la instauración de un estado de sospecha sobre aquellos que los transitan a un determinado horario, con una indumentaria particular o por reunir ciertas características físicas.

 

 

2 La estructura del sistema educativo argentino está conformada por cuatro niveles: la educación inicial, la educación primaria, la educación secundaria y la educación superior. Desde el año 2015 la escolaridad de carácter obligatorio está comprendida por las salas de 4 y 5 años del nivel inicial, 6 o 7 años de nivel primario (según jurisdicción) y 5 o 6 años de nivel secundario (según jurisdicción). En la Provincia de Buenos Aires el nivel secundario es de 6 años.

 

Entrevistador: ¿Alguna vez te tocó tener problemas con la policía o conocer a jóvenes que los tuvieron?

Entrevistado: Sí. Tuve amigos que cuando tenían quince años la policía se aprovechaba de ellos, los hacían correr delante del patrullero porque era de noche y venían caminando con capucha. Yo no lo vi, ellos me contaron. Y nunca me tocó a que me haya parado la policía.

 

Entrevistador: ¿Por qué pensás que hay jóvenes a los que les toca pasar por situaciones así?

Entrevistado: Creo que los etiquetan onda “¿Salen un sábado de noche con capucha? “Estos van a robar”. Como que los ven así. Y al ver que son pibes y no tienen reacción, no conocen sus derechos ni saben que no les pueden hacer esas cosas, se aprovechan. Eso pienso.

[Estudiante varón, 5to año]

 

Entrevistador: ¿Alguna vez te tocó tener problemas con la policía o conocer a jóvenes que los tuvieron?

Entrevistado: Una vez estábamos en mi casa y fuimos con un amigo a la vuelta, nos paró la policía y nos revisó, pero nos dejó ir al toque, nosotros no teníamos nada.

Entrevistador: ¿Y cómo fueron tratados?

Entrevistado: Normal, veníamos dando la vuelta a la esquina y cuando dimos la vuelta vi el patrullero y caminamos lo más bien, escuchamos la sirena, nos dicen “contra el móvil”, estaba el que nos revisaba y otro con una escopeta, nos preguntaron si teníamos droga encima y nos dejaron ir al toque, pero después nunca más nos pararon

Entrevistador: ¿Por qué creés que les tocó vivir una situación así?

Entrevistado: No sé, a la mayoría de mis compañeros es porque andan con camperas grandes, era invierno en esa época y andábamos con camperas grandes, estábamos encapuchados eran las 9 de la noche.

Entrevistador: ¿Y eso puede ser un motivo?

Entrevistado: Y sí...

Entrevistador: ¿Tuviste miedo en ese momento?

Entrevistado: Si, tuve mucho miedo.

[Estudiante varón, 6to año]

 

El encuentro con la policía constituye una amenaza permanente sobre aquellos que transitan por el barrio. Los relatos dan cuenta de una micropolítica cotidiana en la que se imbrica la estigmatización socio espacial, las experiencias emocionales y los significados que las y los jóvenes construyen sobre la muerte. Las prácticas policiales diseminadas en los barrios periféricos constituyen una forma de ejercicio del poder sobre ciertos cuerpos que derivan en abusos y arbitrariedades que no solo se normalizan, sino que suelen ser muy difíciles de contrarrestar por la amenaza que ello supone a la propia integridad.

 

Entrevistador: ¿Alguna vez te pasó de tener problemas con la policía?

Entrevistada: A me paró una vez la policía, nos revisaron, no me trataron mal, pero sí he tenido amigos que han tenido problemas con la justicia. El otro día, a la vuelta de mi casa, pasó que una policía agarró a un chico que no había hecho nada, pero justo cerca de ahí, habían robado el celular a una chica, entonces la policía le dijo: “vos tenés algo que ver, te voy a cagar a palos”.

Entrevistador: ¿La policía le dijo eso?

Entrevistada: Sí, la policía le dijo eso a un chico que nada que ver.

Entrevistador: ¿Y vos que hiciste?

Entrevistada: No, nada. Yo traté de no mirar. Siempre trato de mirar para otro lado, porque si decís algo te metés en problemas.

 

[Estudiante mujer, 5to año]

El miedo a la violencia policial que se conforma a partir de la experiencia personal y/o en la vivencia de un par generacional, condiciona el modo de habitar el lugar de residencia, estableciendo límites para involucrarse ante situaciones de injusticias.

En los siguientes fragmentos de entrevistas, es posible observar que esta emotividad se liga con la posibilidad que “quedar pegados” ante un rastrillaje policial:

 

Entrevistador: Si tuvieses que hacer una lista de las cosas que te dan miedo en la vida

¿cómo sería?

Entrevistado: Primero, ir a la cárcel. Segundo a las armas cuando las manipula otro, y perder algún familiar o personas cercanas.

Entrevistador: Respecto al primero de los miedos que describiste, el de ir a la cárcel… Entrevistado: En mi barrio viven muchos chicos que andan robando y que lamentablemente son amigos míos desde la infancia. No los puedo dejar de lado porque algunos incluso viven en la misma cuadra y somos amigos de mucho tiempo. Tengo miedo a quedar pegado algún día por algo que hagan ellos, solamente por eso.

Entrevistador: Supongamos que vos quisieras separarte de ese grupo ¿se enojarían? Entrevistado: Tengo una parte que son amigos y que no los dejaría por una cuestión sentimental, pero hay también otra parte que están conmigo solamente porque soy amigo de estos chicos, y si yo dejara de juntarme con ellos me lo reprocharían, sí.

[Estudiante varón, 6to año]

 

Entrevistador: ¿Qué no te gustaría que te suceda en la vida?

Entrevistado: Y estar preso. Tengo una hermana presa. No me gustaría estar preso tampoco.

 

Entrevistador: ¿Hace mucho está?

Entrevistado: Hace un año. Entrevistador: ¿La vas a ver? Entrevistado: Sí, sí.

Entrevistador: Me decías que no te gustaría estar preso…

Entrevistado: No, para nada. Estar preso es algo feo. Sí, pero si vos vivís en un lugar que siempre hay policías, hay quilombos, puede ser que ahí estás más cerca de quedar pegado. Pero yo estoy cómodo, estoy tranquilo, yo sé que si no me mando ninguna cagada estoy tranquilo, pero uno nunca sabe todo lo que puede pasar.

Entrevistador: ¿Vos sentís que tu barrio influye?

Entrevistado: ¿Estar alejado de la delincuencia, de esas cosas?

Entrevistador: Me refiero a eso que me decías sobre quedar pegado…

Entrevistado: Sí, sí. Ahora más porque el policía anda más. Está como más, digamos, violenta la policía. Bajan del patrullero con armas y te dicen: “pónganse contra el auto”. Aunque vos le expliques de buena manera “no estamos haciendo nada oficial, estamos tomando una cerveza en la esquina” ellos te dicen: “ustedes se juntan con esos de la moto tirando corte” y se justifican con eso para agredirte.

Entrevistador: ¿Tirando corte?

Entrevistado: Cortando la moto, haciendo ruido, no si habrás escuchado. Pasan… (Ruido de motocicleta). Hacen quilombo, les gusta hacer ruido.

Entrevistador: ¿“Tirar corte” ya es motivo para que te puedan detener? ¿A todo el mundo le pasa?

Entrevistado: No, depende. Si lo hacés a un horario, ponele muy de noche y si piensan que podés ser medio sospechoso, sí.

Entrevistador: ¿Y por qué piensan que unos pueden ser sospechosos y otros no? Entrevistado: Por la moto que tenés, si no tiene todos los plásticos deben pensar que es robada. También por la ropa que usás, piensan que podés ser chorro y nada que ver.

[Estudiante varón, 6to año]

Entrevistador: ¿Te ha pasado alguna situación incómoda con la policía?

Entrevistado: Sí, sí. Una vez, mis primos, estaban andando en la plaza. Ellos estaban ahí, de caravana, digamos, estaban amanecidos. Yo me iba a jugar al futbol temprano y me quedé ahí un rato con ellos. Charlando, charlando, cayeron los policías porque un vecino llamó a la policía porque estábamos en la plaza. Llamó a la policía, y vino el patrullero y entró a la plaza, los esposó y se los llevaron a los dos mayores.

Entrevistador: ¿A vos también te llevaron?

Entrevistado: No, porque soy menor. A mí me dijeron “Bueno pibe, tomatelá, no te quiero ver más acá”.

Entrevistador: ¿Sabés que hicieron con tus primos

después? Entrevistado: Después fueron a investigar a las casas, esas cosas. Entrevistador: ¿Después los liberaron?

Entrevistado: Sí, sí, al rato, ya estaban ahí en el barrio. Por suerte nunca entré a una comisaría.

 

[Estudiante varón, 6to año]

De acuerdo con Wacquant (2000) en ciertos contextos socioculturales la gestión punitiva de la miseria opera como una poderosa herramienta de control social, en la que la mano invisible del mercado se complementa con el puño de hierro del Estado. Las juventudes subalternas son presuntamente las mayores víctimas de estas urbanizaciones miserables. En la medida que al tiempo que son considerados como los culpables de su propio destino, son los principales destinatarios de una administración penal de la pobreza urbana.

Los sentimientos de confianza que son estructurantes de las relaciones humanas se desintegran junto a la degradación del tejido social reconfigurando el espacio público comunitario. El temor al otro que se sustenta en los procesos de criminalización tiene como resultado la pérdida de identificación con el lugar de residencia y la disminución “de la capacidad colectiva de los pobres de operar sobre las fuerzas que actúan sobre ellos” (Wacquant, 2010, p. 2000). El miedo a la violencia institucional condiciona el modo de habitar el lugar de residencia estableciendo límites para desarrollarse plenamente junto a sus vecinos, de quienes también se teje un manto de sospecha.

 

El miedo a transitar por el barrio

El análisis de los testimonios nos permite afirmar que el miedo a transitar por el propio barrio se liga con las diversas situaciones de violencia que atraviesan en su experiencia cotidiana.

 

Entrevistador: ¿Al salir de la escuela, por ejemplo, alguna vez sentiste miedo? Entrevistado: Puede ser, sí. Cuando vuelvo del colegio y veo motos dando vueltas. Vengo con mi mochila y el celular. Más que nada tengo precaución.

Entrevistador: ¿Te tocó pasar por alguna situación así?

Entrevistado: Una vez que me quisieron robar afuera del colegio me sacaron un revólver. Bueno, pude escapar porque justo se cruzó un auto y me mandé para el otro lado y me metí a un negocio que había enfrente. Como vieron que entré al negocio se fueron.

Entrevistador: ¿Qué sentiste en ese momento, era la primera vez que veías un arma? Entrevistado: No, no era la primera vez, pero sentí que iban dispuestos a todo, no los veía en sus cabales y sentí miedo, sí. Miedo a que me puedan pegar un culatazo o pegar un tiro.

 

[Estudiante varón, 5to año]

Entrevistador: ¿Sentiste miedo alguna vez en tu barrio?

Entrevistada: A las siete de la tarde los negocios cierran acá por los robos. Yo si salgo trato que no sea de noche o que mis viejos me acompañen, por lo menos hasta que me tome el colectivo. Es muy peligroso andar sola, te pueden hacer cualquier cosa, incluso te matan.

[Estudiante mujer, 5to año]

 

Entrevistador: ¿Sentiste miedo alguna vez en tu barrio?

Entrevistada: No, ahora no. Pero hace dos o tres años robaban en la 153 que es una calle transitada, la gente baja del micro y va por ahí. Pasaban chicos en moto y robaban a las señoras la cartera. Muchas veces vi a la gente desesperada sin saber qué hacer. Re feo todo. Por eso, no soy de andar sola y menos de noche. Eso sí me daría miedo. Pero cuando estoy con alguien el miedo no es igual.

 

[Estudiante mujer, 6to año]

Entrevistador: Si tuvieses que hacer una lista de tus miedos ¿cómo sería?

Entrevistado: Andar de madrugada solo en el barrio, sos pollo, sos plomo, te regalás, siempre está, el gil que te ve y dice “chau, lo arruinamos”, te cae uno en moto o caminando. Es jodido andar de noche, porque son todos conocidos y como mínimo te roban...

Entrevistador: ¿Y después?

Entrevistado: Si te defendés ahí te caen 20 más y te arruinan, a veces es mejor morir callado.

 

[Estudiante varón, 6to año]

Estas narrativas ponen en evidencia el riesgo permanente a que en cualquier momento y lugar “como mínimo te roban”, “te pegan un tiro” o “incluso te matan”. El miedo a circular por el barrio remite a las diversas situaciones de amenaza que experimentan las juventudes en sus trayectorias sociales. Estas experiencias descriptas en la cual morir es una posibilidad nos conducen a afirmar que la condición de ser joven pareciera estar más ligada a la cercanía con la muerte que con su lejanía.

Las y los entrevistados señalan que han tenido que aprender a convivir con estas situaciones mediante una serie de estrategias familiares y personales para disminuir el riesgo tales como “no andar solos”, transitar con “precaución” o directamente no salir durante ciertos horarios nocturnos. En algunas circunstancias, cuando el tránsito por lugares considerados peligrosos se torna ineludible el desarrollo de ciertas estrategias de evitación puede ser vital: y condición estudiantil en contextos de marginalidad urbana

 

Entrevistador: ¿Tuviste miedo en tu barrio?

Entrevistado: Sí, de los chicos que están en las esquinas porque ellos no están seguros qué podés hacer.

Entrevistador: ¿Cómo afrontas esas situaciones?

Entrevistado: Yo trato de estar tranquilo y no mirar fijamente a nadie porque que es lo que te atrae los problemas. Caminar tranquilo como si no le estuviese dando bola a eso.

 

[Estudiante varón, 6to año]

 

Entrevistador: ¿Cómo te sentís en tu barrio?

Entrevistado: Tiene sus cuadras medias peligrosas, digamos. Están siempre todas oscuras y por ahí algún que otro gil que te quiere pelear.

Entrevistador: Frente a esa situación que te genera incomodidad ¿Qué hacés? Entrevistado: Sigo caminando. No me interesa a mí. Pero si viene otro y me pide la hora, ya puede ser que me asuste.

Entrevistador: ¿Qué hacés cuando te asustás?

Entrevistado: Es importante cómo los mirás. Ponele, voy caminando, te hablan y si te equivocás con una mueca que hacés, no sé qué puede pasar. Por eso, cuando alguien te pregunta algo vos tenés que hablarle bien, de buena manera. Le decís: “amigo ¿qué onda, todo bien?” y ya es otra cosa.

Entrevistador: ¿Eso influye?

Entrevistado: Y ahí ya se dio un vínculo, ya empezamos a hablar lo más bien.

[Estudiante varón, 5to año]

 

La mirada puede convertirse en uno de los principales motivos de pelea. “Mirar mal” en ocasiones, va más allá de ser un acto de descortesía para transformarse en un gesto de hostilidad hacia el otro o de falta de respeto (Kaplan, 2013). En estos fragmentos de entrevista los estudiantes destacan que la misma constituye un modo de afrontar situaciones de violencias e idear mecanismos de regulación de conflictos. La manera de mirar o evitar hacerlo en los casos aquí descriptos se encuentra fuertemente investida de supuestos y apreciaciones valorativas que pueden desencadenar o evitar futuros enfrentamientos. En efecto, para “caminar tranquilos” será fundamental “no mirar fijamente a nadie” dado que ello “atrae los problemas”.

En estos relatos se destaca que una mueca o un gesto facial puede ser motivo para que ocurra “cualquier cosa”, lo que pone en evidencia la importancia que ocupa la expresión corporal en las interacciones cotidianas en tanto mediadoras entre los sentimientos y la situación comunicativa. El mantenimiento del control expresivo que refieren los estudiantes constituye una estrategia de prevención ante la posibilidad de que un gesto disruptivo desencadene una golpiza o incluso la posibilidad de que “te maten”. A la luz de la noción de escena esbozada por Goffman (2009), es posible interpretar que la forma de presentación hacia los demás dependerá de la información que deseamos transmitir dado que la misma contribuye a definir la situación de la interacción. Esta fachada deberá estar acorde con el escenario -setting- de lo contrario podrá generar una sensación embarazosa a los interlocutores. La impresión que los estudiantes pretenden ofrecer en estos casos, puede entenderse como una forma de “atemperar cualquier expresión de riqueza, fortaleza espiritual o autorespeto (Goffman, 2009, p. 23).

 

En estos testimonios también se destaca la importancia de los gestos faciales y el modo de hablar como modo de trasmitir seguridad, reserva, miedo o empatía según lo demande el contexto. En efecto, en el encuentro cara a cara con el otro, esta expresividad adquiere sentido dentro de un orden simbólico compartido en la interacción social. Coincidiendo con Le Breton, los rostros no tienen significación propia en sí, sino que son el resultado de “una negociación recíproca (…) sustentada en las palabras dichas, en los gestos y mímicas intercambiadas” (Le Breton, 2010, p. 108).

 

Entrevistador: ¿Y cuáles son las cosas que menos te gustan del barrio donde vivís?

Entrevistada: Y a veces es inseguro, más que nada de noche. Igual, no soy de andar sola y menos a cierto horario. Siendo mujer es jodido. Mis viejos me joden, pero con razón, de no andar sola por ahí, más allá de que conozco a todos por acá.

Entrevistador: ¿Conocés casos de chicas como vos que hayan pasado situaciones feas?

Entrevistada: Sí. A una amiga del barrio casi la secuestran. La siguieron con un auto, ella al principio no se había dado cuenta. Pero en la esquina de su casa, acá a la vuelta, se dio cuenta y se metió en un almacén. Entró y le dijo a la señora que atiende. Salieron con el marido y el auto ya se había ido. Pero se re asustó, andá a saber si era para robarle o secuestrarla.

Entrevistador: ¿Eso pasó hace mucho?

Entrevistada: El año pasado. Ahora no sale sola nunca, por miedo a que le pase cualquier cosa.

[Estudiante mujer, 6to año]

Entrevistador: ¿Tuviste miedo en tu barrio?

Entrevistada: Una vez con mi prima salimos cerca de su casa, pero no a bailar, sino a un cumpleaños. Volviendo a su casa, una camioneta empezó a perseguirnos. O sea, pasaban de largo y después aparecía de nuevo por la calle donde estábamos.

Entrevistador: ¿Y ustedes qué hicieron? ¿Qué sintieron?

 

Entrevistada: Nos dimos cuenta porque empezó a pasar varias veces por donde nosotros caminábamos. Empezamos a caminar rápido, casi corriendo. Por suerte estábamos cerca, yo creí que nos iba a pasar cualquier cosa.

Entrevistador: ¿No había nadie para pedir ayuda?

Entrevistada: No, allá en a la madrugada no hay nadie en la calle. Ni un policía. Igual fue la única vez que sentí esa sensación de no saber qué te puede pasar. Capaz porque no salgo tanto.

Entrevistador: ¿Y conocés amigas que hayan pasado por una situación similar? Entrevistada: Con la camioneta no, aunque se habla de una camioneta blanca en internet, pero a nadie le pasó. Si han tenido miedo de andar solas en la calle a la madrugada, por los robos y porque no hay policías si alguien te quiere hacer algo.

 

[Estudiante mujer, 5to año]

El temor a transitar por el barrio que las estudiantes manifiestan va desde situaciones de acoso sexual hasta la posibilidad de terminar siendo secuestradas. Las situaciones de inseguridad que describen las conducen a llevar a cabo ciertas estrategias de prevención ante la posibilidad de peligro de muerte. Entre ellas se encuentran: “mirar para todos lados”, “solicitar ayuda en una casa” o “caminar rápido”.

El recrudecimiento de la percepción, amenaza, condiciona a que los individuos busquen desde sus entornos privados y personales estrategias biográficas para llevar adelante sus vidas, más allá del peligro que suscitan ciertos espacios sociales donde los mismos transitan. Los entrevistados señalan que llevan a cabo estrategias de defensa personal, tales como aprender un arte marcial o desarrollar ciertos modos de llevar el cuerpo para imponer respeto ante los otros con el objetivo de disminuir el riesgo:

 

Entrevistador: ¿Alguna vez pasaste por situaciones que produjeron miedo? Entrevistado: Sí, antes me daba mucho miedo andar caminando por el barrio, por los pibes que paran en la esquina que siempre están buscando bardo.

Entrevistador: ¿Y qué hiciste para afrontar esas situaciones?

Entrevistado: Me puse a practicar taekwondo.

Entrevistador: ¿Hace mucho que practicás? ¿Hubo un cambio a partir de ese momento?

Entrevistado: Hace dos años. Es defensa personal, no es para pelear por pelear. Pero ahora me sé defender, si alguien viene a joderme me la banco y me paro de manos. Esa es la diferencia con antes.

 

[Estudiante varón, 5to año]

Entrevistador: ¿Alguna vez pasaste por situaciones que produjeron miedo en tu barrio? Entrevistado: A veces hay situaciones que sí o sí tenés que bancártela, no podés agachar la cabeza porque te toman de boludo y cagaste, no paran de joderte. Una vez, te digo, hace como dos años iba llegando a lo de mi prima que vive a 5 cuadras y vinieron unos pibes que son de La Lata3. Yo conocía algunos porque jugábamos a la pelota acá a la vuelta. Vinieron y me pidieron plata, les dije que no tenía y uno de ellos me empezó a apurar. Yo me le planté y le dije “bueno dale, mano a mano”. Como había algunos que me conocían y sabían que me la aguanto4, que, si yo tengo que pelear, peleo; se metieron y no terminó pasando nada. Pero a veces tenés que plantarte, porque de lo contrario no te respetan.

[Estudiante varón, 5to año]

 De acuerdo con Garriga Zucal (2010) en ciertos contextos socioculturales la cultura del aguante expresa una experiencia corporal que organiza las identidades personales y grupales con alto valor simbólico frente a las situaciones de amenaza. “Bancársela” o “aguantársela” puesto de manifiesto en las narrativas de los estudiantes, opera como una forma de preservación ante el miedo a ser agredidos. Defenderse mediante la violencia, en efecto, constituye una marca de distinción que les permite demostrar a los demás que poseen los recursos suficientes para ser respetados.

Goudsblom (2008), retomando los aportes de Elias (1987), afirma que el respeto y el afecto son las dimensiones de la vida social con mayor valor simbólico en nuestras sociedades contemporáneas. En efecto, la movilización de recursos de defensa personal que desarrollan los estudiantes precisa ser entendida en relación con la amenaza de ser humillados en público, en la que no solo se pone en juego la imagen de sí ante los demás en el presente, sino también las futuras situaciones de peligro en el futuro.

Las amenazas permanentes que supone tener que transitar por el propio barrio conducen a los estudiantes a movilizar una serie de recursos orientados al mantenimiento del respeto y a la auto-preservación. Aun cuando estas estrategias conlleven problemas de convivencia en las escuelas a las que asisten:

 

Entrevistador: ¿Sentiste o sentís miedo a alguien?

Entrevistado: Sí, una vez sentí miedo cuando un compañero me mostró un cuchillo, no era amigo mío, pero lo conocía hacía tiempo y me llevaba bastante bien, era un miedo de que si alguna vez pasaba algo podía sacar un cuchillo y hacerme daño, era un cuchillo así (hace gestos con las manos) y me lo mostró, encima en la escuela.

Entrevistador: ¿Y por qué te lo mostró?

Entrevistado: Para decirme: “no se metan conmigo que tengo un cuchillo”.

Entrevistador: ¿Qué pasó en la escuela, lo usó alguna vez?

Entrevistado: No. Me dijo que nunca lo iba a usar en la escuela, porque él venía a estudiar y no a pelear.

 




3Villa La Lata es un barrio ubicado en la periferia de la Provincia de Buenos Aires, Argentina.

4Se refiere a tener coraje frente a una situación de peligro.

 

Entrevistador: ¿Pero lo traía habitualmente?

Entrevistado: Lo traía habitualmente, tengo entendido que supuestamente lo usaba por defensa, por si le llegaban a robar o si alguna vez se peleaba con alguien en la calle. Eso me dijo, lo que me generó miedo.

 

[Estudiante varón, 5to año]

Entrevistador: ¿Sentiste alguna vez miedo de alguien en la escuela?

Entrevistada: Antes sí, cuando era más chica sí, antes el colegio era heavy. Vos venías y estaban las pibas que no las podías ni mirar porque te pegaban directamente, algunas traían cuchillos a la escuela y te asustaban. No venían a estudiar, sino a armar bardo.

Entrevistador: ¿Y sabés por qué llevaban ese tipo de cosas a la escuela? Entrevistada: Porque se querían hacerse ver, onda, “mirá lo que te puede pasar”. Entrevistador: ¿Y alguna vez te sucedió algo con eso?

Entrevistada: No, por suerte no. Yo igual siempre trataba de que mi hermano o mi viejo me vengan a buscar, porque no sabés si te puede pasar algo afuera.

Entrevistador: ¿Y siguen pasando cosas así?

 

Entrevistada: No, ya no. A una de ese grupo la acusaron con la directora y llamaron a los padres y todo. Desde ese momento no se vieron más cosas así. En la escuela se habla de estas cosas, tenemos talleres de convivencia donde vienen de gente de afuera para hablarnos. También ayuda mucho que vos puedas contar si ves algo raro como lo que te conté al director o preceptor.

[Estudiante mujer, 5to año]

Entrevistador: ¿Alguna vez sucedió que en la escuela haya ocurrido conflictos por problemas que sucedieron en el barrio?

Entrevistado: Si pasó muchas veces, porque hay bronca entre pibes de distintos colegios o por problemas entre bandas. Por eso, muchas veces en la puerta se juntan y dicen: “vamos a darle”.

Entrevistador: ¿Y alguna vez te tocó o algún compañero estar en una situación así? Entrevistado: Sí. Hace dos años me tocó a mí, por una chica que salía conmigo. Yo no sabía que ella había sido novia de un pibe que para acá a la vuelta y que también viene a la escuela, pero a la tarde. Vino al mediodía cuando yo salí de clases, vino con otros pibes. Por suerte intervino el preceptor y el director del colegio. Se reunieron con nosotros y arreglamos las cosas. Yo que no tenía la culpa, que yo no le había hecho nada malo a nadie, pero eso no se lo podés a hacer entender a alguien que está sacado5




5 Se refiere a estar furioso, enojado.

 

¿entendés? Por eso, lo mejor que pudo pasar es que intervenga alguien neutral, un adulto que nos ayude a entender.

[Estudiante varón, 6to año]

Entrevistador: ¿Conocés situaciones de conflicto en el barrio que terminaron mal? Entrevistado: Sí, de vez en cuando se arma quilombo en la puerta o en la esquina de la escuela.

Entrevistador: ¿Y cómo se resuelven esos problemas?

Entrevistado: A veces separa alguien de la escuela, un adulto. Pero no siempre, porque a veces hasta que alguien aparezca la cosa ya pasó. Igual, al otro día, se trata de resolver, o sea, más si es una pelea entre chicos que vienen a esta escuela. Hacen reuniones con los padres, se busca llegar a acuerdos.

Entrevistador: ¿Crees que funcionan estas medidas?

Entrevistado: Sí, yo creo que, si no fuera así, un problema, una pelea empieza un día y no se termina más. Si nadie ayuda a hacerte entrar en razón, no se termina más.

[Estudiante varón, 6to año]

Las narrativas estudiantiles dan cuenta “diferentes tipos de violencia que se concatenan formando una cadena que conecta la calle y el hogar, la esfera pública y el espacio doméstico” (Auyero y Berti, 2013, p.118). En este sentido, mostrarse como violento o amenazante no solo opera como un medio para imponer miedo frente a los pares generacionales a nombre de “conmigo no te metas” o mirá lo que te puede pasar” sino también para preservarse con vida ante el peligro que supone el ataque de pandillas o asaltos repentinos en su experiencia por fuera de la escuela.

 

En el pasaje por la escuela y en las relaciones que allí tienen lugar vamos internalizando las imágenes que los otros nos devuelven hasta configurarnos una autoimagen. En ese tránsito nos fabricamos una imagen acerca de cuánto valemos para los demás y para nosotros mismos. Al detenernos en este punto, es preciso recuperar de los testimonios presentados el lugar que las y los estudiantes le atribuyen a la intervención institucional mediante el diálogo con los directivos, preceptores y/o docentes frente situaciones de violencia que provocan miedo en su interior y alteran la construcción de los vínculos escolares.

 

Por ello al referirnos anteriormente a la desintegración del lazo social, el aumento de la incertidumbre y la desconfianza en ciertos contextos socioculturales, no debemos perder de vista que las instituciones escolares siguen siendo un ámbito de socialización y reconocimiento fundamental en las biografías estudiantiles de los sectores populares. La institución escolar puede colaborar en reparar las heridas sociales al reconocer los daños individuales y colectivos que provocan marcas subjetivas en nuestra memoria biográfica. Ello en la medida que las relaciones que se tejen su interior cumplen un rol vital al intervenir sobre aquello que la sociedad segrega y denigra.

 

Discusión

El miedo es una emoción asociada a la percepción de un peligro inmediato o con la anticipación de una amenaza que excede la posibilidad de control de los individuos (Delumeau, 2002; Elias, 1989). Esta emoción es consecuencia de un juicio axiológico y cognitivo que remite a un lugar, un horario o una persona considerada a todas luces amenazante (Kessler, 2009).

Si bien, sentir miedo es algo “innato” en los seres humanos, la forma en que esta emotividad se manifiesta depende de las experiencias de vida en que nos encontramos inmersos en el marco de un contexto histórico determinado.

Las juventudes de sectores populares son quienes se encuentran más afectadas por los procesos de exclusión social. Estas condiciones objetivas estructuran modos de ser, de sentir y de vivir. A este respecto, hemos indagado por las relaciones entre una cierta sensibilidad epocal y los sentidos que este grupo social construyen sobre la propia existencia en contextos de marginalidad urbana.

La desintegración del lazo social y la violencia en el espacio público comunitario puede dar lugar a que los individuos se encuentren en una relación de proximidad con la muerte. Los barrios periféricos de las ciudades en donde las y los jóvenes construyen su biografía social, no solo se encuentran signados por asesinatos ocurridos debido a rivalidades entre miembros de distintos barrios, por ajuste de cuentas o por asaltos repentinos; sino por la forma específica que asumen las instituciones estatales de protección y seguridad social, en donde existe un “repliegue de los componentes sociales y económicos del estado, con la consiguiente desintegración del espacio público y el resquebrajamiento de los lazos sociales en el corazón urbano” (Wacquant, 2010, p.12).

Debido al incremento de la exclusión social de amplios sectores de la población, las juventudes de sectores populares se convierten en supernumerarios cuyas vidas son desechables (Castel, 1998). Wacquant (2010) afirma que en ciertas configuraciones socio-espaciales de nuestra región las condiciones vitales son más inseguras debido a que la violencia institucional afecta la vida de miles de personas, sobre todo de las y los jóvenes6. Ello en la medida que las instituciones del Estado penal además de no poseer con “una larga tradición de respeto por la ley” (Wacquant, 2010, p. 202); se convierten en productoras de una violencia orientada al control social y a la gestión punitiva de la pobreza (Wacquant, 2001; Auyero y Berti, 2013; Kessler, 2012).

La violencia institucional que traviesa las experiencias de vida de las y los jóvenes más   vulnerables es una de las expresiones más brutales de los discursos sociales que los condenan a la condición de eternos sospechosos. Acusados como los culpables de todos los males que aquejan a la paz y seguridad social (Kaplan, 2009, 2011, Kessler, 2009) consideramos que la proximidad que las juventudes establecen con la muerte está en íntima relación con los procesos de estigmatización de los discursos sociales imperantes (Bericat Alastuey, 2005; Saez, Adduci y Urquiza, 2013) como así también con la estructura de las posiciones y oportunidades vitales donde sus vidas tienen menor valor. Por ello recuperamos la noción de estigma acuñada por Goffman (2008, 2009) dado que la misma referencia a una categoría que remite a un atributo profundamente desacreditador que cobra significado en la interacción social. Esa desacreditación funciona inferiorizando a unos y reafirmando la posición privilegiada de otros. La estigmatización, en tanto proceso relacional, afecta significativamente a la experiencia subjetiva de quienes la padecen. Al situarnos desde esta perspectiva, entendemos que el racismo de estado (Foucault, 2000) se materializa a partir de la estigmatización territorial de la pobreza, sobre todo de quienes la habitan. La relación de poder que se establece a partir de la atribución de rasgos negativos hacia ciertos grupos sociales, responde a una distancia real o simbólica que se fundamenta a través de una demarcación socio-espacial (Kaplan, 2012; Kessler, 2012).

Investigar las experiencias emocionales desde un enfoque socioeducativo resulta relevante en la medida que las mismas tienen efectos simbólicos sobre los procesos de socialización y subjetivación de las y los jóvenes. Para ello se han recuperado las voces de las(os) estudiantes, teniendo en cuenta que los posicionamientos desde los cuales actúan nos permiten acceder a un sistema de categorías e interpretaciones, mediante la cual otorgan sentido a una diversidad de situaciones y prácticas (Kaplan, 2008).

Conclusión

Los relatos estudiantiles permiten considerar que el miedo a una muerte temprana estructura ciertos modos de ser y de existir. A este respecto, nos hemos propuesto indagar el modo en que esta emotividad se pone de manifiesto en las dinámicas sociales donde las(os) jóvenes de sectores populares construyen su subjetividad.

Desde una dimensión institucional el miedo a morir que supone transitar por el barrio acontece frente a los abusos y arbitrariedades de la policía que recae sobre aquellos que circulan a un determinado horario, con una indumentaria particular o reúnen ciertas características físicas. En ocasiones, el temor a ser detenidos sin justificación se liga con la posibilidad de “quedar pegados” ante un rastrillaje policial. Motivo por el cual las(os) jóvenes evitan intervenir ante situaciones de injusticias y violencias que recaen

 

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por parte del aparato represivo del Estado. En su último informe correspondiente al año 2019, señala que cada 19 horas muere un individuo en un suceso de gatillo fácil y que esta forma de morir es la principal causa de muerte de las y los jóvenes de sectores populares. Para más información: https://www.correpi.org/2019/archivo-2019-cambiemos-nos-deja-una-muerte-cada-19-horas/ sobre sus propios vecinos, entre los cuales se encuentran amigos de la infancia, compañeros de escuela, familiares, entre otros.

Desde una dimensión espacial, los miedos existenciales que los estudiantes describen se deben a los asaltos repentinos, a las peleas entre distintos grupos y a los secuestros que suceden en su lugar de residencia. Esta emotividad se liga con diversas situaciones de peligro que los conduce a desarrollar una serie de estrategias de supervivencia para disminuir el riesgo. Entre las mismas se encuentran: estrategias familiares y personales de prevención como evitar salir solos de su hogar, transitar con precaución o directamente no salir durante ciertos horarios nocturnos; estrategias de evitación, puesta de manifiesto a través de ciertas formas de control de la expresividad corporal; estrategias de defensa personal tales como aprender un arte marcial o desarrollar ciertos modos de llevar el cuerpo para imponer respeto frente a todo aquel que pueda resultar amenazante a la propia integridad.

La muerte juvenil como posibilidad concreta en la vida cotidiana en ciertos espacios sociales no solo comporta el declive en la esperanza de vida en la comunidad, sino que moviliza un conjunto de estrategias colectivas orientadas a minimizar el riesgo y a poder construir una narrativa presente y futura. En efecto, los soportes afectivos que se establecen junto a los otros es lo que da sentido a su existencia social.

Las imbricaciones entre los contextos sociales, las dinámicas y características de las instituciones escolares y los procesos de subjetivación que allí tienen lugar, son de suma relevancia para comprender las emotividades que los atraviesan. Al situarnos desde esta perspectiva nos preguntamos por el modo en que los miedos existenciales se ponen de manifiesto en la dinámica escolar. Fundamentalmente teniendo en cuenta que en la escuela conviven individuos de la misma generación que comparten experiencias, conforman amistades, grupos de afinidad, solidaridades, como así también relaciones conflictivas que devienen de vivir junto a otros diferentes. Además, porque esta institución es un espacio de encuentro con las generaciones adultas, quienes son vistas por las(os) jóvenes como actores centrales en sus experiencias sociales y educativas.

Las y los entrevistados afirman que debido a las diversas situaciones de peligro que conlleva transitar por el barrio, algunos estudiantes portan elementos tales como navajas o cuchillos para protegerse. La presencia de estos objetos en el espacio escolar provoca conflictos en la convivencia junto a los otros y, a su vez, puede poner en riesgo la permanencia de las(os) estudiantes en la institución. En ciertos casos, cuando los directivos, preceptores y/o docentes son alertados sobre la portación de estos elementos, intervienen reuniéndose con los padres y los estudiantes. A diferencia de lo que sucede con otras instituciones del estado como la policía, los adultos de la institución escolar buscan dirimir los conflictos mediante el diálogo con las(os) jóvenes involucrados. En efecto, en contextos de violencias que se encadenan (Auyero y Berti, 2013), la escuela se constituye como un espacio de pacificación de los vínculos sociales reconocido y valorado por las(os) estudiantes.

Comprender los sentidos juveniles sobre la vida y la muerte, requieren dar cuenta de las profundas imbricaciones entre las condiciones materiales y simbólicas de existencia y la estructura emotiva que se configura a partir de estas (Elias, 1987; Kaplan, 2016). A este respecto, las vidas estudiantiles aquí descritas expresan la fragilidad de la existencia contemporánea, cuyos efectos resuenan en la cotidianeidad escolar. 

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